He venido para decirle algo, pero acabé olvidando cuando empezó a hablar

Vine para decirle algo, pero acabo olvidando cuando empezó a hablar. Mis penumbras, mi mar de preocupaciones, desaparecieron inmediatamente como el humo que desaparece por una ventana abierta. Porque tú me das tranquilidad, porque tu mirada me equilibra y me hechizado, porque tú eres mi norte, mi isla refugio en este rumor incierto que es la vida. Parece curioso cómo gran parte de la oferta editorial en materia de relaciones está enfocada en darnos mil consejos y recetas casi mágicas para encontrar el amor de nuestras vidas. Peor aún, también nos enseñan a dejar de lado las relaciones que ya no valen, las que se abandonan rápidamente y sin anestesia. Sin embargo, pocos son los que se centran en lo que es esencial: en las habilidades para preservar esa relación.

En ese viaje hacia la intimidad lenta y paciente en la que tejer, como artesano, una trama común. Todos ya vivimos esta situación alguna vez. Pasar un día complicado, impregnado de dudas, por el estrés de este mundo exigente. Sin embargo, al volver a casa o al reencontramos a nuestro propio compañero, todo parece tranquilo y gana sentido. Basta oírlo hablar para que todo entre en armonía, para que ese arpegio perfecto nos ofrezca verdadera satisfacción. Plenitud. Pasamos gran parte de nuestra existencia creando un "falso yo" con el que sobrevivir, encajar y agradar, hasta que de repente nos topamos con esa persona. Ese alguien ante el cual sacamos todas nuestras capas de cebolla para mostrar el "nuestro yo verdadero".

Pocas cosas son tan realizadoras.

Le invitamos a reflexionar sobre este tema. Cuando se habla con usted me ayuda a ser yo mismo Hay personas que llegan en nuestras vidas a la hora exacta, en el instante necesario, y su presencia no es justamente inocua. Se transforman en escultores. Se van retirando una a una todas nuestras corazas, envases, timidez y barreras para traer a la luz lo que somos en nuestra más pura esencia.

Es entonces cuando nos mostramos cara a cara sin miedos, sin velos ni reticencias.

En la lengua japonesa existe un término que encaja muy bien en este contexto.

Wabi Sabi. Se trata de una apreciación artística con una interesante connotación filosófica. Es aquella que realiza la belleza del imperfecto, del más puro y esencial ante nuestros propios sentidos. Es la elegancia de esos objetos, escenarios e incluso personas que, a pesar de haber sido heridas, se muestran ante nosotros en toda su autenticidad. Hay quien se obsesione en encontrar el par perfecto. Para ello, no duda en camuflarse también bajo una piel de aparente perfección. Donald Woods Winnicott, célebre pediatra y psicoanalista inglés, solía decir que vivir con la máscara del falso implica una pérdida total y absoluta de nuestra propia vitalidad, de la alegría y de nuestra creatividad.

Si paramos para pensar, el mundo ya es por sí solo suficientemente imprevisible, mutante y contradictorio para que nosotros también seamos así en nuestras relaciones cotidianas. Si hablar con alguien le permite reconectarse consigo mismo en una mirada ajena, no pierda eso. Si esa persona lo ama a pesar de sus manías, de sus días de mal humor y del relieve de sus cicatrices, sujétela de la mano con fuerza. No la deje salir. El amor, a veces, llega como un vendaval, con el bueno y malo Mostrar nuestro verdadero yo, a veces, es poco más que un desafío.

Se necesita coraje, fuerza y ​​un poco de ternura. Sin embargo, recordemos lo que decía Kierkegaard:"la forma más profunda de desesperación es elegir ser otra persona que en realidad no somos".

Por su parte, una cosa que todos sabemos es que

cuando el amor llama a nuestra puerta, suele entrar de forma imprevista y con la fuerza de un vendaval. Al entrar de pico no podemos evitar que traiga lo bueno y lo malo. Si buscamos un amor perfecto basado sólo en el lado positivo, lo único que encontraremos serán decepciones.

Necesitamos entender que ninguno de nosotros atraviesa ese umbral sin equipaje. En cada una de esas "capas de cebolla" que nos rodean habitan historias pasadas, muchas bellezas y virtudes, pero también algunas carencias, heridas y ciertos miedos. Somos, por tanto, un "yo complejo y muy rebuscado" que no se debe esconder. Porque la complejidad también puede ser reflejo de autenticidad. Somos un vasto libro, a veces desorganizado y caótico, pero siempre hermoso. Recuperar y celebrar nuestro propio yo con la ayuda del otro es un acto esencial y al mismo tiempo maravilloso. Proceder a esa lectura mutua en la que descubrimos y aceptamos cada defecto y cada grandiosidad es también algo primordial. Poco a poco vendrá aquella armonía perfecta donde todo lo llena y nada falta. Aquellos instantes en que habla reconforta y nos equilibra, como quien hizo un largo viaje y finalmente encontró ese hogar cómplice donde reposar el alma, la vida y los sueños.