Si la vida se hace de las opciones, elijo no ser obligado

Desde que yo no hiera el derecho del otro, no estoy obligado a estar de acuerdo con lo que no condice con mi modo de pensar, a tragar seco cuando elevan la voz, a tener miedo de desistir, a fingir que me gusta quien no me hace bien, a vivir de acuerdo con lo que otros esperan que sea y con sus elecciones. Estamos rodeados y bombardeados, todo el día, todos los días, por reglas, preceptos, recetas y consejos sobre qué hacer o no. Leyes rigen nuestra conducta en sociedad, en el trabajo, en el tránsito, hasta en los procedimientos cuando de nuestra muerte. Obviamente,

límites son necesarios cuando vivimos en sociedad. Sin embargo, hay que reflexionar acerca de lo que realmente tomamos para nuestra vida, o sofocaremos nuestra jornada bajo el peso de lo que esperan que hagamos. No estoy obligado a aceptar lo que no concuerda con mi modo de pensar sólo para agradar a los demás.

Tengo sueños propios, sentimientos únicos, voluntades mías, o sea, nadie me conoce mejor que yo, así que tendré que intentar vivir mis verdades de la mejor manera posible, discrepando de lo que me contradice, o respiro hecho robot, infeliz y frustrado. No estoy obligado a tragar seco cuando elevan la voz sin razón, cuando me siento ofendido en mi dignidad, cuando me agreden deliberadamente. Para que yo alcance mi autonomía como persona, para que yo sea respetado como ciudadano, tendré que imponerme, que me haga ver.

El otro sólo sabrá hasta dónde puede avanzar sobre mí si yo esclarezca los límites de mi paciencia. No estoy obligado a insistir en una relación ya fadada al fracaso, por miedo a renunciar, a recomenzar, a darme nuevas oportunidades de ser feliz. Mis desistencias son valientes, son pensadas, repensadas, demandan tiempo y muchas lágrimas. Mantenerme preso a un vacío de dos que sólo lastima, por las miradas opresoras de quien no vive conmigo, ni divide mi arroz y frijoles, es una de las peores opciones que puedo hacer.

No estoy obligado a fingir que me gusta quien no me hace bien, de quien no añade, no suma, ni nada.

Desde que yo mantenga el respeto, no distribuir sonrisas amarillas a la gente falsa, hipócrita, interesada y cobarde. Mantenerme a una distancia segura de todo y de todos los que exhalan negatividad me hará más feliz y satisfecho. No estoy obligado a vivir de acuerdo con lo que otros esperan que sea, a vestirme de acuerdo con lo que las vitrinas venden, a escuchar lo que las radios me empujan. No estoy sujeto a patrones arcaicos que sólo hacen achatar todo aquello que vibra mi corazón. Soy alguien que siente, ama y odia según el ritmo de mi esencia, de lo que clama mi íntimo, tan mío, tan necesario, tan vivo dentro de mí.

No estoy obligado a llorar escondido cuando la tristeza me mina, sólo porque los demás pueden encontrarme una persona débil. Mi fuerza viene precisamente del dolor, mi fortalecimiento se rehace exactamente en mis tempestades emocionales, o sea, mis lágrimas sirven al vaciamiento de lo que me disminuye, para que el vacío se llene por la voluntad de recomenzar.

No estoy obligado a someterme a la grosería de mis superiores, como si viviéramos en la época de la esclavitud, como si el pago del salario fuera prerrequisito para que me anular frente al mundo, para que me exime de humanidad, de dignidad y de sentir que me es inherente.

No puedo permitirme aceptar la servidumbre inhumana y el acoso diario para tener qué comer. No estoy obligado a aceptar todo lo que me pasa mal con resignación, conteniendo mi revuelta

, somatizando mis frustraciones mientras castigo mi cuerpo y mi sanidad mental. Tengo el derecho de contradecir, de defenderme, de gritar mi dolor, para que me reequilibre y siga adelante, siempre, libre de lo que pasó.Desde que yo no hiera el derecho del otro, desde que yo no pase por encima de nadie, podré desviarme de todo y de todos que emperan mi caminar sereno, ignorando lo que no me cabe, tomando para mí lo que me ayude, quedando junto a quien me suma verdades, a quien me trae luz, a quien podré ser todo lo que tengo, a quien me acepte y me acoja, sin dilaciones, con entereza y sonrisa sincera. A ser feliz, sí, estoy obligado.