No es sólo por el cuerpo que nos tratan como objeto

Cuando nuestros cuerpos son asediados por las miradas invasivas, por las palabras chulas, por las observaciones impertinentes, por los silbidos y cántas baratas, tenemos muy claro que estamos siendo tratadas como objeto.

Cuando los ojos de la otra persona brillan delante de su estatus o de su cuenta bancaria, tampoco cabe duda de que allí yace un "amor" por el objeto, por el usufructo, por el status, por la exhibición. Esas actitudes un tanto clichés, de tan difundidas, parecen ser las únicas que denuncian cuando una relación se establece por el afecto o cuando es fruto de un interés superficial. Pero hay otro lado de esa cultura que nos objetiva, que nos convierte en mercancía para el consumo del otro, que no es tan explícito.

Una cultura que cultiva el "buen comportamiento", basado en estereotipos conductuales adecuados a cada género. Y de esa ideología, que de tan enraizada a veces no percibimos, somos dictados y dictadores. Somos reo y algoz. En el caso de que se produzca un cambio en la calidad de la información, se debe tener en cuenta que, en el caso de las mujeres, "relación" estamos haciendo elecciones maduras, cuando en realidad estamos haciendo elecciones hipócritas. Afectan particularmente a las mujeres, aunque no sólo, esos ideales de cómo alguien debe ser para que valga una relación. Debe ser atractivo sin ser vulgar "; no debe hablar palabrotas; no debe aumentar el tono de voz en una discusión; no debe demostrar tener buenos argumentos ni rebatir al macho alfa en una discusión intelectual , independientemente de su inteligencia o conocimiento, independientemente de que su oratoria esté de hecho revelando las brechas en el discurso del otro; no debe tener opiniones fuertes; no puede tener actos humanos como picazón, asar la nariz o cosas afines; no debe demostrar ningún signo de autonomía, ni vivir por sí misma; no debe hablar abiertamente de asuntos polémicos, principalmente de cuño sexual; no debe ... no debe. No debemos nada a nadie.

Aquellas que tienen sueños y objetivos propios, que se aventuran, que se muestran enteramente como son, que viven de forma libre y, principalmente, escogen, no se trata de buenas presas para una relación sólida. Después de todo, esa relación que muchos anhelan no es más que un bastón para sostener sus propias faltas ante la incompetencia que cargan en desarrollarse internamente, en el trabajo de sus propias inmadurez, orgullosas bestias, dificultad en lidiar con las diferencias - incluso de opiniones, en sentirse menos viriles al asumir que no están siempre ciertos, en ser ofuscados por el brillo de la otra persona en vez y brillar con ella. No quieren, de hecho, una relación, quieren un remedio para su vida. Quieren a alguien que cumpla funciones dentro de su mundillo para aliviar los pesos, que esté allí disponible y domesticada para obedecer a la lógica de uno y no a la de dos.Esta realidad, acompañada de tantos otros estereotipos que cada uno, por sí, podrá recordar, no está necesariamente inculcada en las personalidades supuestamente radicales, machistas, etc. Esta polaridad que empaña nuestra crítica acaba por hacernos pautar juicios en aspectos superficiales. Pero es muy profundo el abismo que se interpone entre los discursos y las actitudes. En la retaguardia de esos preconceptos y de esas ideologías poco honestas que orientan y determinan las elecciones de muchos está el melito romántico, poético, casi hermoso en el caso de aquellos que tienen habilidad para hacerlo, o llenos de términos desgastados y fabricados para las conquistas baratas. Las frecuentes peticiones de disculpas y mentiras que fluyen tan naturalmente que parecen formar parte de la persona de tan naturales. Están los

discursos políticos de igualdad, de revolución e incluso de feminismo, que apimentan las conversaciones de boteco pero se desmantelan ante la hipocresía desnudada en las acciones. Recuerdo el cuento de la Cenicienta, aquella pobre infeliz que es elegida por el zapato por un príncipe que, a pesar de bailar y conversar con ella, no recuerda su rostro, su mirada, su voz, su tacto, su olor, de su manera, de sus gestos, de su modo de pensar y hablar. Es el encaje del zapato que la hace elegida - el objeto que cargaba y no la mujer que era.

Todo el afecto sustituido por el encaje del zapato es lo que definió su rumbo, que siguió con alegría y sin crítica. Exactamente como una mujer debe ser, temo, para la mayoría de los hombres

. Esos, no menos sumisos a esa cultura de subastas conductuales, deben ser exitosos, deben tener control de sus presas, deben imponer respeto y blá blá blá.

Cada cual con su presión, usando el uno al otro con la misma responsabilidad, con la misma consideración, o menos, con que escogen las piezas de su guardarropa. Somos tratados como objeto, también, cuando las personas determinan el lugar que debemos ocupar en su vida a partir de nuestros comportamientos y características superficiales. Cuando quieren mostrarnos como una conquista y usarnos para suplir sus huecos interiores.Cuando desconsideran que en el cotidiano todos tienen defectos, tarde o temprano, todo ha de desmoronarse ante la realidad de que sólo los afectos son capaces de resistir al cambio, que forman parte de ella, que se intensifican con ella.

Asumir que los afectos son importantes en la relación no es una cuestión de ser romántico , es una cuestión de ser humano y empático lo suficiente para no comprometer la vida ajena con los propios egoísmos e ideas. Es saber que la transformación forma parte de la vida, y que sólo vale la pena tener una relación de hecho si somos capaces de permanecer interesados ​​y conectados con alguien a pesar e incluso por esas transformaciones. Es ver defectos según nuestro punto de vista como oportunidad para aprender a lidiar con las diferencias, a ver los defectos propios y, de hecho, construir algo junto con el otro y no sobre él. Es también una cuestión de sincronía, lo que no abre espacio para justificar que las relaciones abusivas se sostienen por el afecto.

No hay jerarquía posible cuando dos personas están en el mismo lugar, en el mismo camino, con el mismo deseo de seguir.

Observa con cuidado si alguien te escoge por los zapatos, y si es, dispense - camina con los pies descalzos, sienta la tierra y la extensión de los propios pies, la sangre que corre en ellos y permite que ellos te lleven a donde quieras.Deje los zapatos de regalo para el otro y siga su camino, pues en él hay ciertamente los raros que le acompañarán por el gusto de estar con la persona entera que usted es.

Esas figuras raras que prefieren caminar al lado de alguien que montar en la espalda con todas sus expectativas. Esas figuras raras que son difíciles de encontrar, pero que existen, y están ahí, tal vez tan perdidas como tú en esa dictadura de elecciones forzadas y falsas, venidas más de fuera que de dentro. Se permite perderse, pues

es sólo cuando estamos perdidos que abrimos espacio a los encuentros verdaderos.