La madurez nos enseña a reordenar las prioridades y colocar cada cosa en su debido lugar

El tiempo pasa e inevitablemente algunas cosas no tienen más importancia ni espacio en nuestras vidas. Percibimos que es una gran pérdida de tiempo revitalizar lo que desbotó.Después de algún tiempo, comprendemos que el mundo no termina por razones tan pequeñas. Por situaciones que huyeron del control. Por todo lo que no era para ser.

Los infortunios, los desencuentros, las decepciones y las pérdidas siempre van a suceder, es inevitable. Lo que cambia es la forma de lidiar con las rupturas, con los no que la vida impone.

La vida tiene ritmo propio, que sigue indiferente al camino dibujado por nosotros. Lo que pasa fuera de la planificación no debe robarnos la paz y la esperanza en el futuro, es sólo una parte que no encajó en ese momento. Que no giró de acuerdo con el dinámico engranaje que montamos. Que no entró en sintonía con aquella expectativa que regamos durante tanto tiempo.

Hay un punto donde el engranaje para, y eso no está más relacionado con lo que hicimos o dejamos de hacer. Es del orden de lo que no se explica. No conviene trillar para entender. No significa que estancamos o desistimos. Significa que cambiamos el comportamiento en relación a ese hecho, y ahora, más plenos y conscientes, descubrimos que algunas cosas escapan y no dependen más de nuestros esfuerzos, de nuestra entrega. El tiempo pasa de todos modos, ya menudo somos modificados por todo lo que nos rodea. Lo que no funcionó no debe ganar autoridad para atormentarnos con el fantasma de la culpa. Se quedará donde debe quedarse, en el pasado. La madurez nos enseña a reordenar las prioridades y colocar cada cosa en su debido lugar.