Nadie tiene el derecho de juzgar cómo me siento ... cuando todos, en algún momento, ya se sintieron tristes sin lágrimas o alegres con los ojos empapados. Todos nosotros, en algún momento, ya intentamos seguir una vida normal cuando nuestro corazón estaba roto en mil pedazos ... y no hay nada mal en eso. Sin embargo, a veces damos de cara con el mensaje de que estamos sintiendo algo diferente de lo que deberíamos sentir. Es ahí, entonces, que la culpa aparece.
Es como si hubiera situaciones que fueran tan características de un conjunto de emociones que parecen imponerlas de alguna forma. Por ejemplo, los partos están relacionados con la alegría en el inconsciente colectivo. Una nueva vida, un motivo para sonreír. El fin de una espera de nueve meses. Sin embargo, las personas que tienen experiencia en ayudar en partos saben que no siempre los momentos previos al nacimiento son una expresión de alegría en el rostro de la madre.
Lo mismo ocurre con los ritos fúnebres y los fallecimientos. En el inconsciente colectivo occidental, el fallecimiento de alguien amado está relacionado con la tristeza. Entendemos entonces que lo lógico son las lágrimas, los rostros serios y las manifestaciones de dolor, sin embargo, no es así en todas las culturas. Entonces, quizá la forma de sentirnos ante la pérdida no sea tan natural como pensamos o cómo nos enseñaron. Nadie tiene el derecho de juzgar cómo nos sentimos.
Emociones y mecanismos de defensa
Lo que dicen los expertos que tienen experiencia en ayudar a los familiares de víctimas que han tenido la desgracia de fallecer de forma repentina (accidente de tránsito, catástrofe natural, atentado terrorista, etc.) es que ellos ven que muchas las personas se encuentran en estado de shock.
El impacto emocional fue tan grande que su circuito emocional se defendió impidiendo cualquier emoción. De hecho, les gustaría llorar y liberarse de todo lo que sienten y se guardan para sí, pero no pueden deshacerse de ese mecanismo de defensa que el cuerpo de ellas eligió utilizar.
CompartirCiertamente usted ya golpeó y golpeó la rodilla o el dedo meñique en una quina o en el pie de alguna mesa. Hay un momento entre el cual usted siente el golpe y siente el dolor. En ese instante, usted se prepara mentalmente para el dolor que va a llegar. Entonces, en esas situaciones sucede algo similar, el golpe de la pérdida sucede, pero el dolor no llega. En cambio hay sólo un vacío, una nada que genera culpa y miedo al mismo tiempo.
Otra manera en que el dolor no parece - o aparece disociada - ante la pérdida, ocurre cuando activamos otro mecanismo de defensa: la negación.
Negar la pérdida elimina automáticamente la parte consciente del duelo. Es común que estas personas lloren porque derribaron un plato o porque se retrasaron 5 minutos, pero el llanto nunca será debido a la verdadera fuente de dolor que están sufriendo. Como decíamos antes, utilizando el ejemplo del parto, no sólo la tristeza puede estar ausente cuando se esperaba que estuviera presente; esto también sucede con las emociones positivas, como la alegría. Piense en un sueño que fue muy difícil alcanzar y al que dedicó mucho tiempo;
al alcanzarlo, usted puede sentirse muy feliz, pero también existe la probabilidad de que usted siente una especie de vacío , incluso tristeza.Piense que el deseo esconde una paradoja en la que se basa buena parte del pesimismo filosófico del siglo XX: cuando algo es cumplido o realizado, muere o decae.
CompartirUn ejemplo es la pasión y la correspondencia. Nosotros imaginamos que los ojos brillan y demuestran alegría, sin embargo ... es común que haya una realidad distinta entre la pasión alegre y la pasión estresada. La persona se encuentra en un momento de idealización, en la que siente que sólo puede corresponder al otro con la mejor versión de sí misma.
Por su parte, esto provoca un estado de tensión del que la alegría tiende a huir, siendo sustituida por una incertidumbre que difícilmente es soportada. ¿Dónde estará? ¿Qué hará? ¿Me amas más o menos que una hora atrás?
Nadie tiene el derecho de juzgar por nuestras emociones
No sería nada demasiado el hecho de existir esta disonancia entre lo esperado y el sentido, si no fuera porque algunas personas acaban desencadenando un gran sentimiento de culpa.
Alguien que no llora por la muerte de una persona que amaba mucho puede sentirse muy culpable, una madre que no demuestra una enorme alegría por el hecho de ser madre también puede sentirse muy culpable. Otro complemento igualmente perjudicial para estas situaciones y que puede sumarse a la propia culpa es que la persona no se siente humana. Ella puede llegar a pensar que no puede sentir la tristeza que debería porque, en realidad, es una psicópata. Una persona no humana y sin sentimientos, con todo lo que eso abarca.
Muchas veceslos comentarios que se hacen a su alrededor no ayudan mucho.Alrededor de un recién nacido siempre hay un montón de "falsas madres" que piensan que tienen el poder de la sabiduría para dictar cómo se debe cuidar de un niño durante los primeros meses de vida. Su ayuda, bien administrada, realmente es un apoyo, pero cuando es mal administrada se transforma en un miedo que puede fundir la autoestima de la verdadera madre.
La gente también puede hacer comentarios para criticar el hecho de que no nos sentimos mal. Por ejemplo, cuando alguien sufre la pérdida de un ser querido y, en la batalla de seguir con su vida, tiene que oír frases como "decía tanto que lo amaba y dos días después ya está en la farra!", o
"No le amaba tanto así ... no podría ir a trabajar al día siguiente". Estas frases son profundamente injustas y pronunciadas, en muchas ocasiones, de forma muy insensible.Las personas olvidan que no tienen el derecho de juzgar cómo nos sentimos. De una forma u otra,nuestro mundo emocional es muy sensible a nuestras condiciones particulares . Así, ni nosotros ni los demás tienen el derecho de juzgar la forma en que las personas se sienten. Piense que las emociones no nos hacen mejores ni peores, y que la forma en que actuamos a menudo se aleja de la forma real que nos sentimos. Precisamente por eso, la culpa que muchas veces ponemos en los demás o en nosotros mismos no tiene sentido.