Existen etapas de nuestras vidas en las que hay que priorizar, dejar de tratar de adaptarse a lo que nos hace sentir mal y desligarse de las expectativas, de los contratos no escritos que nos atan, y de las exigencias. A veces parece que quedan lejos aquellos momentos en los que necesitamos que los demás nos den una atención desmedida o que nuestras conquistas sean valoradas y contempladas por los demás. Hay momentos en los que eso no tiene peso, y sólo queremos respirar aliviados y SENTIR
, permitirnos ser nosotros mismos. En ciertas etapas de la vida la motivación de solucionar la vida de los demás y no cuidar en nuestra propia va disminuyendo. Al fin y al cabo, muchas veces desconectarse de los problemas ajenos que nos consumen es la mejor forma de ayudar.Indirectamente, por supuesto. Esto nos permite descargar, sacar un peso de la espalda, y tomar conciencia de quiénes somos.
Para ser feliz hay que alejarse de ciertas cosas. Para ser feliz hay que alejarse de ciertas cosas como, por ejemplo, la represión de nuestras emociones. No se permite sentir de una determinada forma nos sostiene. Sucede, por ejemplo, con la tristeza, una emoción que está socialmente castigada.En el supermercado de exceso de mensajes positivos no percibimos que para ser feliz es necesario comprar un poco de aceptación, si comprende y se permite la expresión
, pues cada una de nuestras múltiples emociones merece ser oída.
Es una cuestión de auto-conocimiento y crecimiento. Un simple montaje, sólo eso. Si sacamos piezas de nuestros rompecabezas reprimiendo la tristeza o ocultando nuestros miedos, la consecuencia más directa será la desaparición de la sonrisa en nuestros rostros.
¿Por qué? Porque nos estamos escondiendo, dejando de oír esa parte de nosotros que quiere decir algo y que trabaja para que nos sintamos oídos. Por eso es importante si permite SENTIR, en mayúsculas y sin censuras. Sentir, la base de nuestro bienestarSentir: este es un pilar fundamental de la salud emocional.
El mejor mecanismo de descarga es dejar de poner barreras a nuestras capacidades emocionales y concentrarnos en comprender la forma en que nos sentimos.
Permitir llorar, administrar las alegrías, dejarse llevar por la sorpresa, reflexionar sobre la rabia ... eso es lo que realmente nos ayuda a acercarnos a la plenitud. Compartir Para esto podemos poner en práctica métodos como el mindfulness, el cual nos ayuda a conectarnos con lo que sucede de verdad y estamos sintiendo. Es decir, tener conciencia plena sobre lo que ocurre a nuestro alrededor.
Reorganizar nuestras costumbres también es muy bueno.
Podemos acostumbrarnos a escribir como nos sentimos durante el día o cómo las personas que nos rodean nos hacen sentir. El hecho de tener que enfocarse en las experiencias emocionales es la mejor forma de practicar esa habilidad (y necesidad) que perdemos. Conectarse al propio cerebro emocional
En el cerebro está la tempestad y la tranquilidad de nuestras vivencias.Él procesa todo y nos carga y recarga. La intensidad de los conflictos y lo que nos permitimos asume su impacto a través de la amígdala, nuestro centinela emocional.
Con su forma almendrada y situada encima del tallo encefálico es, junto con el hipocampo, el lugar en el que reside cada situación emocional que vivimos. Así, la amígdala actúa como un almacén de recuerdos e impresiones que explica por qué a veces damos ciertas respuestas y no otras.
De cierta forma necesitamos entrenar nuestro cerebro para que cada acontecimiento emocional no sea traumático y pueda desarrollarse con facilidad.
Así la amígdala, encargada de "memorizar" el clima emocional, facilitará la administración y la coordinación de las diferentes emociones.
Por eso es necesario alfabetizar el cerebro y no dejar que éste se apague de nada de lo que podamos sentir. Porque en ciertos momentos de la vida, percibimos que tal vez pasamos todo el tiempo colocando barreras en nuestra realidad y menospreciando lo que cada emoción nos tiene que decir ...