El espacio personal es un territorio privado, íntimo y exclusivo que no se refiere a nadie más allá de nosotros. No debería jamás haber invasión del espacio personal, sea nuestro o del otro. Esto no sólo afecta a nuestras cuestiones físicas, sino también a otras cuestiones menos palpables que pueden sufrir invasiones. Hablamos de cosas como ruidos excesivos, las emociones que los demás nos transmiten, o la sobrecarga de información y las constantes interrupciones que sufrimos en nuestros momentos de soledad o intimidad.
A menudo decimos que hay personas por ahí que son delicadas como elefantes: un elefante incomoda a mucha gente. Sea ocupando espacios ajenos, pisoteando derechos o invadiendo privaciones. Esto suele suceder bastante en nuestros ambientes de trabajo, lo que afecta sin duda nuestra productividad al generar un alto nivel de estrés y malestar.
Las personas necesitan un espacio personal seguro para sentirse protegidas, para la reducción del estrés y para no sentirse sofocadas.Compartir
Ahora, hay algunos aspectos que no se pueden dejar de lado. El espacio personal no hace referencia solamente a los centímetros que toleramos que los demás se posicionen cerca de nosotros físicamente, a aquella proximidad en la que la voz, el olor y el calor corporal del otro se vuelven incómodos o incluso insoportables. Es también una burbuja que puede estallar ante cualquier tipo de estimulación psicosensorial, ocurriendo allí también la invasión del espacio personal.
Es decir, aspectos como los muebles, la decoración, la falta de iluminación, o el olor de un determinado ambiente también pueden ser un foco de producción de estrés. Otros ejemplos serían no poder tener un intervalo de tiempo para sí mismo, o ser vigilado y controlado. Todas estas situaciones son claros momentos de invasión del espacio personal.
La invasión del espacio personal y el estrés
Ana y Pablo acabaron de ser padres y se sienten agotados. El estrés que experimentan no tiene nada que ver con su bebé, sino con su entorno, su familia, amigos y compañeros de trabajo. Ya en el hospital, vieron su espacio personal continuamente invadido por esas personas, siempre manteniéndose cerca y animadas. Con toda la buena intención del mundo hacían turnos para ver al recién nacido, cogerlo en los brazos y dar mil consejos a los padres de primer viaje.
En este pequeño ejemplo es posible ver cómo nuestro entorno cruza muchas veces el espacio que delimita nuestra burbuja personal, que necesitamos preservar sólo para nosotros mismos. No estamos hablando sólo de entrar en un ascensor lleno de gente para experimentar una molestia, sino también de las frecuentes agresiones más graves que son el resultado de las acciones incluso de nuestras personas más queridas y cercanas . De ahí surge la necesidad de poner límites. De este modo, las quejas que llegan a los consultorios de los psicólogos son, con frecuencia, reflejo justamente de esa realidad. Hay personas que pasaron la mitad de sus vidas sintiéndose incapaces de proteger su espacio personal.Esta incapacidad para gestionar las propias fronteras personales genera un altísimo costo emocional
, pues debilita por completo las bases más profundas de nuestra arquitectura psicológica. Tomemos en consideración, por ejemplo, que el hecho de definir, limitar y proteger nuestro espacio personal es una clave muy importante para la supervivencia. Es, además, un ejercicio de autoconocimiento para entender que todos tenemos nuestras barreras prohibidas, líneas que nadie debe sobrepasar porque es allí donde está nuestra autoestima, allí donde está nuestro equilibrio y nuestra valiosa identidad.Cuide de usted y proteja su espacio personal
Ralph Adolph y Daniel P. Kennedy, neurólogos de la Universidad de Caltech en Estados Unidos, descubrieron que hay una estructura en nuestro cerebro que se encarga de decidir dónde están los límites de nuestros espacios personales. Se trata de la amígdala, esa pequeña región asociada a tantas funciones, entre ellas el miedo y nuestro instinto de supervivencia. Este descubrimiento es, sin duda, muy interesante, y nos revela algo muy importante: es nuestro cerebro quien mide los límites personales de cada uno.
Es como un botón, una alarma personal que nos indica que algo o alguien nos molesta, que está ocurriendo una invasión del espacio personal y de nuestra intimidad, que pone en peligro nuestra integridad hasta que nos sintamos amenazados. Cabe decir, además, que
los límites son diferentes para cada persona.
Hay quien experimenta la sensación de agonía y estrés con muy poco, mientras que otros, a cambio, tienen una tolerancia mucho mayor. Por su parte, la proxémica, ciencia que estudia los efectos de nuestras interrelaciones en el uso del espacio, nos recuerda que una de nuestras mayores fuentes de ansiedad es percibir cómo cada día nos sentimos más sobrecargados en todos los sentidos. No sólo tenemos menos espacio físico para ser lo que sea, ahora recibimos muchos estímulos de todos los lados, tantas presiones e interacciones que resulta difícil colocar filtros para todo. Dejamos que todo llegue a nosotros, pero eso nos rodea y nos aprisiona ...Debemos ser capaces de gestionar nuestros límites personales. Hablamos aquí de aprender a situar distancias físicas y también psicológicas a todas las dinámicas externas y relaciones que pueden potencialmente atacar nuestra intimidad y que se convierten de ese modo a poderosas fuentes de estrés para nuestras vidas. A veces son nuestros compañeros de trabajo, otras veces un ambiente ruidoso más allá de lo que damos cuenta, muy lleno, apretado, caliente o cualquier cosa que lo haga opresor. En otras ocasiones, es nuestra clara incapacidad de decir no, de saber y dejar claro lo que podemos tolerar y lo que no podemos. Ser explícitos a la hora de mostrar dónde están nuestros límites personales nos ayudará a tener relaciones mucho mejores entre nosotros, porque sólo así crearemos a nuestro alrededor ambientes sociales más respetuosos, productivos y, ante todo, sanos.