Dame un espejo y te mostraré que soy de luz y de sombras, pero soy concreta y quebrada, entonces, no me golpees.
Crave los ojos en mi pasado y verá que no siempre fui mansa, ya me corrompi de odio; no siempre fui grande, ya me encolé de miedo; no siempre fui brillante, ya me comprimí mate en un cuarto vacío, así que no me suponga.
Siente mi perfume, proviene de mi sabor, con devoción, pero sé que puedo ser gélida e impasible si trae espinas, mordidas o un toque vacío, luego, no me molestes.
Lea, como a un libro inacabado, con apuntes e inscripciones diarias, páginas en blanco por mera casualidad o no, ora en versión borradora, ora con grafía definitiva, así, no me garabate.
Marche a mi lado, manos unidas, cuerpos en acuerdo, sin cruzar la calle, sin pisarme los pies descalzos, lo que quiero es compañía, por eso, no me persiga.
Reconozca que llevo cólico en el cuerpo y en el alma, que ambos pueden sangrar, así como los ojos pueden verter lágrimas, repentinamente, sin cómo o por qué, de modo que no me desaten.
Presente con amor y abrazos, deje el paquete en la puerta; me trae respeto, deje las flores de lado, pues dentro de mí despunta la primavera y, eso puesto, no me adorno.
Llámame el nombre, pero llame con vigor y sonoridad, pues es así que quiero ser evocada. Llámame con el epíteto que quiera, niña, madre, profesional, invente la función que el afecto designe, pero llámame, sobre todo, mujer, pues de lo contrario, no más atenderé.