El grito irrita nuestro cerebro, nos pone en alerta y ataca el sutil equilibrio de nuestras emociones. Desafortunadamente, esta forma perjudicial de comunicación basada en un tono de voz alterado es muy común en varias familias. Así, el malestar y las agresiones invisibles afectan a las personas provocando secuelas muy profundas.
El genial Jardel Poncela decía que quien no tiene nada que decir, grita. Sin embargo, por más curioso que parezca, hay personas que no entienden otra forma de comunicación: gritan para pedir la ropa que está delante de usted, para llamar la atención del hijo que está a su lado o incluso para comentar el programa de televisión que está viendo con la familia. Hay personas que no saben cómo comunicarse sin ansiedad, las suyas o las que proyectan. "Los hombres gritan para no oír lo que dicen".
- Miguel de Unanmuno -
"No puedo evitar", se justifican.
No pueden evitar; levantar la voz está fuera de su control porque es el timbre y el tono que oyeron desde la infancia, porque a través del grito consiguieron ser notados, marcaron territorio para mostrar autoridad y también, porque no, para canalizar la rabia, las frustraciones y egos contenidas en la demanda de válvulas de escape. Sabemos que no sirve de gritar para ser oídos. Pero muchas veces es necesario gritar porque es la única frecuencia que conocemos para comunicarnos. Si usted grita, es muy probable que el otro responda de la misma manera, dando lugar a una dinámica de relación desordenada y coercitiva.
Algo que, desgraciadamente, sucede en muchas familias ...
El grito destruye silenciosamente nuestras relaciones
El grito, mucho más allá de lo que puede parecer, tiene un propósito muy específico en la propia naturaleza, tanto de los seres humanos y de los otros animales:
defender nuestra supervivencia y la del grupo ante el peligro. Vamos a dar un ejemplo simple: estamos en medio de la selva caminando, disfrutando de un equilibrio natural, y de repente oímos un grito. Es un mono-clavo que emite un grito agudo que alcanza nuestro cerebro. Ahora, ese grito no sólo sirve como una "alarma" para su propia banda. La mayoría de los animales de la selva, así como nosotros, reaccionan con miedo, con expectativa. Es un mecanismo de defensa que controla una estructura muy específica de nuestro cerebro: la amígdala.
Basta oír un sonido o una voz aguda para que esa pequeña área del cerebro la interprete instantáneamente como una amenaza y active nuestro sistema nervioso simpático para activar la fuga. Sabiendo esto y entendiendo esta base biológica e instintiva, podemos deducir que cuando la persona crece en un ambiente donde los gritos son constantes y donde la comunicación siempre ocurre con un alto tono de voz, su cerebro está en un estado de alarma constante. La adrenalina es siempre alta, la sensación de que debemos defendernos de "algo" nos coloca en un estado de estrés crónico, de angustia permanente e inquietante.
Por otro lado, lo que intensifica aún más esta realidad es que un estilo de comunicación agresivo normalmente genera respuestas defensivas con la misma carga emocional , con el mismo componente ofensivo. De esta forma, caemos consciente o inconscientemente en un círculo vicioso y en una dinámica destructiva donde todos acumulan secuelas en esta compleja selva de las relaciones humanas donde la calidad de la comunicación es fundamental. Familias que se comunican con gritos
Laura tiene 18 años y acaba de percibir algo que no había notado antes: habla en un tono de voz muy alto. Sus colegas de la universidad siempre dicen que su voz es la más escuchada en el aula y que cuando están en un grupo, su manera de comunicarse parece amenazadora. "Todos los gritos nacen de la propia soledad".- León Gieco -
Laura quiere controlar ese aspecto de su personalidad. Ella sabe que no será fácil, porque en su casa sus padres y hermanos siempre se comunican de esta manera: con gritos. No hay necesidad de ninguna discusión, simplemente ese es el tono de voz con el que ella creció y se acostumbró a oír. Ella también sabe que en su casa,
quien grita es aquel que se oye, y que es necesario levantar la voz porque la televisión está siempre ligada
, porque cada uno está distraído con sus quehaceres y porque no existe armonía.
En este caso, Laura necesita entender que no puede cambiar una dinámica familiar de un día para otro.
Ella no puede cambiar a los demás, ni a sus padres ni a sus hermanos, pero puede cambiar a sí misma . Lo que ella puede y debe hacer es controlar cognitivamente su propio estilo verbal para entender que quien grita agita al otro. Nadie necesita aumentar la voz para ser oído y, a menudo, un tono de voz sereno y tranquilo produce mejores resultados.Con este ejemplo simple, queremos dejar algo muy claro: a veces no podemos cambiar quien nos educó,
no podemos cambiar nuestro pasado o borrar esas dinámicas familiares donde el grito estaba siempre presente, aunque fuera para preguntarnos la hora o como habíamos salido en la prueba. No podemos cambiar el pasado, pero podemos evitar que ese estilo de comunicación nos caracterice en nuestro presente, en nuestras relaciones de amistad o de pareja, en nuestras propias casas. Recuerde que aquel que grita no siempre es quien tiene más razón. Muchas veces es más inteligente quien sabe callarse y oír, y más sabio todavía es quien sabe cómo y de qué manera se comunica.