Querer controlar todo no hace bien

Querer controlar todo es una de esas fantasías creadas por los tiempos modernos. La historia del hombre es la de una conquista progresiva sobre las fuerzas de la naturaleza. Comenzó con un mamífero impotente ante los desafíos del ambiente donde vivía. De aquí para allá, el ser humano dio un salto gigantesco que le llevó a desentra progresivamente los misterios de casi todo lo que le rodea.

Vivimos tiempos frenéticos. Todo sucede a un ritmo mucho más rápido que nuestra capacidad de asimilar. Es por eso que no es extraño que una de las fantasías recurrentes sea precisamente la de querer controlarlo todo. En el fondo hay un deseo de pisar terreno sólido, para sentir que tenemos el timón de nuestra propia vida.

El problema es que no siempre percibimos que controlar todo es una fantasía. Un propósito irrealizable que, cuando olvidado, da lugar a una serie de comportamientos erróneos que sólo atraen olas de ansiedad. Nos descubrimos constantemente perdiendo el control, y eso nos frustra.

Todo está en movimiento y hay cientos de factores además de nuestro control. Lo que está vivo cambia constantemente. Hoy veamos un camino y mañana otro. La única cosa de la cual tenemos absoluta certeza es la muerte. La vida, por otro lado, se desarrolla entre incertidumbres y flujos inesperados.

La fantasía de querer controlar todo

Ya no estamos en los tiempos en que era posible vivir de forma pacífica. Estamos constantemente bombardeados por cientos de estímulos. Usted se levanta y vienen a su cabeza muchas ideas y sentimientos que se atropellan entre sí. Sentimos que hay mucho que hacer y poco tiempo para eso.

Todos los días también enfrentamos sentimientos y emociones contradictorias. A veces tenemos que obligarnos a redirigirlos, incluso sin haber aprendido a comprenderlos. Simplemente tenemos que funcionar. Y para ello es necesario imponer límites a nosotros mismos, dejar pronto los pensamientos o las emociones incómodas que nos impiden producir, alcanzar, actuar.

Aunque no pensemos en eso, queremos poder controlar todo. Es por eso que cada vez que sale del plano, o cuando un obstáculo aparece, podemos reaccionar con irritación. Es una especie de rebelión contra esos imperativos de la realidad que van contra nuestros propósitos. En estas circunstancias, es usual que acabemos inmersos en algunas paradojas. Hemos logrado controlar el flujo de dinero, pero no podemos controlar el insomnio. Nosotros nos volvemos capaces de establecer el control sobre nuestra fatiga, pero las relaciones que tanto importan están fuera de control. Por más que intentamos, nunca conseguimos controlarlo todo.

Observación consciente y atención plena

Existe una verdad conocida por las culturas no occidentales de las que nos olvidamos muchas veces:

la vida no se vive con la mente, sino con los sentidos. El pensamiento está presente todo el tiempo, intermediando nuestro enfoque a la realidad. La mente orienta nuestra vida sobre la base de prejuicios, miedos, ambiciones, etc. De la misma forma, eso nos priva de experimentar profundamente cada uno de nuestros días. ¿Qué tiene que ver con este anhelo de controlar todo? Lo que pasa es que el pensamiento funciona de esa manera: él limita, él intenta agarrar todo para apropiarse y dirigir en algún sentido. Las erecciones, sentimientos y emociones funcionan de forma diferente.

Ellos son más rebeldes y caóticos, pero también más gratuitos y auténticos. Ellos son aquella área que "sabota" nuestros intentos de imponer control sobre todo. Es también lo que nos permite experimentar la felicidad.Muchas veces acabamos luchando contra nosotros mismos. Nuestro pensamiento coloca un contenido allí y entonces nos esforzamos para erradicarlo. No intentamos entender, sino sacarlo de la conciencia lo más rápido posible. Sentimos, por ejemplo, un acceso a la ansiedad e inmediatamente intentamos quitar la inquietud para hacerla desaparecer. Tal vez si adoptamos una posición de aceptación y observación, podríamos encontrarnos con un panorama diferente.

Aprendiendo a percibir a nosotros mismos, sin juzgar, sin pensar, pero simplemente contemplándonos ... Sin querer controlar todo, pero permitiendo que las cosas fluyan, tanto interna y externamente. Este es el camino que nos lleva de nuevo a experimentar la vida de una manera más genuina. Sin preocupaciones. De todo esto surge una nueva forma de comprensión, que no se expresa como aprendizaje intelectual, sino vital. Una forma más elevada de conciencia que lleva al equilibrio.