¿Quién nunca la experimentó? Esa sensación que te hace sentir el doble de cansado, que dirige el pensamiento para que lo que tienes que hacer parezca mucho más difícil o aburrido. Ella se disfraza detrás de muchos nombres, como pereza, moleza, desánimo... para eso la pereza no parece tener pereza.
Es tan humana, que protagoniza anécdotas. El descubridor del bacilo de la tuberculosis R. Koch fue obligado como castigo por su mal comportamiento a escribir un pequeño ensayo sobre "¿Qué es la pereza?".Koch comenzó a trabajar y en apenas dos minutos entregó a su profesor el ensayo. El profesor, sorprendido, le preguntó: "¿Le ocupó mucho?" Y Koch respondió: "Tres páginas". El genio había escrito en la primera página: "Eso", en la segunda "es" y en la tercera "pereza". Siendo un poco más científico (pero sólo un poco), Peter Axt (especialista en ciencias de la salud de la Universidad de Fulda) y su hija escribieron un libro que tituló
"El Placer de la pereza" .La hipótesis de que tratan es que nacemos con una cantidad limitada de "energía vital". Si la agotamos rápidamente - haciendo ejercicio y nos estresando - tendremos una muerte prematura. Si no hacemos casi nada, podemos estirarla y vivir mucho más tiempo. Los autores ilustran sus ideas sobre la "energía vital", observando que los animales salvajes viven más tiempo en cautiverio. Del lado opuesto encontramos una interesante investigación co-dirigida por el científico Gregory Steinberg (Profesor Asociado del Departamento de Medicina de la Universidad de McMaster, Canadá), en la que se trabaja con la hipótesis de que
la pereza tiene que ver con la pérdida de peso dos genes . Trabajaron con ratones (por lo tanto las conclusiones deben ser tomadas con cierta distancia) que no tenían dos de los genes que controlaban la actividad de la proteína AMPK. La proteína AMPK actúa cuando hacemos ejercicio y tiene la función de contribuir al suministro de nutrientes y oxígeno a las células musculares. En el estudio, se comprobó que los ratones normales (que tenían esos genes) corrían espontáneamente muchos kilómetros, mientras que los "ratones sin genes" apenas caminaban unos metros. En la falta de estos genes, estos animales tendrán niveles más bajos de mitocondrias (la central de energía de las células) y eso hace que sus músculos tengan más dificultad para absorber la glucosa mientras se ejercitan.Extendiendo el estudio a las personas: cuando hacemos alguna actividad aeróbica los niveles de mitocondrias en los músculos aumentan considerablemente; si paramos de hacer ejercicio por un tiempo lo contrario ocurre, y la concentración de este componente es reducida.
Así, la conclusión a la que llegaron los investigadores fue que si disminuimos la actividad física, reduciremos los niveles de mitocondrias en nuestros músculos y haremos que nos cueste cada vez más hacer ejercicios. Es decir,la pereza no sería nada más que la progenitora de la propia pereza.
Esto corresponde a lo que muchas personas experimentaron en sus propias vidas:al dejar de hacer cosas por pereza, parece que ella comienza a reproducirse y afectar a acciones en que anteriormente no actuaba. Además, también está de acuerdo con el pensamiento de que trabajamos en círculos de inercia o espirales, que afirma que un acontecimiento o acción de una naturaleza aumenta las posibilidades de que se produzca otro acontecimiento o acción de la misma naturaleza del primero. Foto cedida por Jenn Huls