Que me perdonen los indecisos. O no. Cansa esa cosa de pedir perdón que no hay culpa que justifique. Pero, observo hace algún tiempo que tolerancia demasiado nos engaña y perjudica tanto como la ausencia de esa virtud tan poco comprendida. Ser tolerante no es soportar todo, no es dar crédito a la fantasía que idealiza al ajeno ignorando sus vicios y enalteciendo sus virtudes, tampoco ignora hechos que se muestran, repiten, se frota en la fuza para dejar claro lo que no deseamos ver. No, eso no es tolerancia, es ingenuidad.
A veces deseamos tanto algo que empezamos a crear excusas para no abandonarla, para no partir para otra, para no seguir adelante. Muchas veces, es cierto, nada empezó, es sólo posibilidad. Da el ansia de desistir tan temprano, en desanimar, en seguir siguiendo sin rumbo cuando parece que un rumbo fue encontrado. Más aún estas veces, no hay rumbo alguno sino el imaginario. Seguir sin rumbo, consciente de la propia equivocación, puede ser la mejor de las opciones ante la falta de opciones, ya sea para crear opciones o simplemente encontrarse.
Este lío de vivir lo imprevisto, sabiendo que es imprevisto, aceptando que es imprevisto, porque es así como las cosas son. Quien vive tratando de tener el control acaba descontrolando ante el mínimo inesperado, insostenible, real. Cuando vivimos como si estuviéramos indefinidamente en una montaña rusa, no vale pasar tiempo con el más montañoso que las propias curvas del tiempo, con lo más imprevisible que el giro de los acontecimientos, con el más violento que los fenómenos del vivir sin saber en lo que va a dar-a no ser ese fin misterioso, el fin de las cuentas, que muchos hablan, pero nadie sabe qué. Y en ese sube y desciende de la vida, entre emociones y mareos, ese ir y venir sin fin, que tanto nos conmueve por no llegar a ningún lugar, volviendo al principio para acabar en lo conocido, sorprendiendo más por la experiencia desgastante de repetir, que por la novedad del trayecto circular, a los bien resueltos, no hay lo que más pueda irritar que lo opuesto. Los indecisos. Hay quien les pase la mano por la cabeza. Hay quienes les adolecen con el psicoanálisis. Hay quien los justifica por la grandeza de la vida. Y hay quien, simplemente, niegue ser posible la calidad de elegir.
Pero no hay en esta vida la posibilidad de vivir sin hacer elecciones.
Desde las actividades más pífias hasta los ámbitos más complejos del existir, las elecciones forman parte. Sólo lo que no elegimos es nacer, por lo demás, hasta morir, en cierta medida, puede ser elegido. Opciones a los montes casi nadie tiene. Las opciones vacías cuestan caro. Las opciones construidas tardan tiempo. Opciones del azar, dorso tenso. No hay justicia o lógica que habite las elecciones. Para algunos existe la cruz o la espada, para otros un océano de posibilidades, mares de rosa o mar espinoso. La ilusión de que hay tiempo para ponderar en demasía anda de brazos dados con algunos, con otros, anda la prisa desesperada de quien no puede perderse más - tiempo. Por ahí, un infinito de diferencias incomprensibles. Independientemente de que haya o no esa justicia en la que insistimos en creer, o la lógica que nos han intentado enseñar, la vida no funciona siempre de esa forma. Tal vez, y sólo tal vez, sólo la naturaleza sea tan exacta como la ciencia. Una vez que la desafiamos - esa tal naturaleza - ya no estamos protegidos por su programación. Lidamos con inestabilidades constantes, todos nosotros, sin excepción. No importa si tiene dos o diez perspectivas adelante, la elección forma parte y la elección afecta mucho más allá que sólo quien necesita apuntar una dirección.
Y en eso nos envolvemos tanto, inevitablemente, en las elecciones de los demás. Si un idiota está en el poder, sus elecciones te afectarán, desde el aspecto más superficial de su vida hasta lo más íntimo de su ser. En esos casos, no hay mucho que hacer, a no ser intentar, poco a poco, con mucho caso, influir en el alrededor, porque las elecciones no son solitarias, ellas probablemente se relacionan mejor que nosotros. Pero fuera de esos ámbitos hiperbólicos del optar, hay el golpe de alas de las mariposas. Estas elecciones pequeñas, esas elecciones que parecen poco significativas, pero que pueden significar todo para una vida.
¿Y qué vale más que una vida? ¿Sus entrañas? ¿Sus angustias? Sus deseos? ¿Sus frustraciones? ¿Su orgullo? ¿Sus expectativas? Mucho se habla de no tener expectativas. Yo dejo a otra conversación rendir asunto, pero ¿qué hay sin expectativas si no una muerte prematura de ser en el mundo? Miradas y miradas, finalmente vengo a los indecisos con un mensaje breve. No fue una bobina, sólo seguí el curso de la montaña rusa. Quien no sabe lo que quiere, es porque no quiere.
Deseamos negar esta realidad, si bien queremos tanto que la opción ajena corresponda a nuestra opción. Sólo que no, no siempre, y puede ser que la mayoría de las veces, no. Pero son pocos los que asumen sus opciones de cara, cuando la mayoría de ellas está seguida de interrogación. Por el temor de abandonar lo cierto por lo incierto, no optan por no querer perder lo que ya se dispone con exclamación, pero deseando que la interrogación del otro se disuelva. Los indecisos son excelentes cocineros: de posibilidades y personas. Dejen allí, en el agua tibia, hasta que finalmente puedan decidir, cuando finalmente perciben que lo que realmente deseaban no va a rodar, entonces va el otro, que estaba en baño de maria. No vale la pena ser el plano B A pesar de toda la complejidad que envuelve las elecciones,
la verdad es que sabemos muy bien lo que queremos, siempre lo sabemos. Quien no sabe es porque no quiere, es porque está mirando al otro lado, es porque sólo no quiere quedarse con las manos vacías. Los indecisos no merecen tregua, o siempre harán de aquellos que se disponga a ser ingenuos, pasando por tolerantes, juguetes en sus manos. Es mejor dejar a los indecisos con sus indecisiones, dejar de ser opción, dejar de ser para el otro y ser para sí, para la vida, para el mundo. Las personas libres encuentran personas libres, quien se ocupa, aunque de un fantasma, puede acabar pareciendo muy bien acompañado y sorprendiendo las posibilidades más allá. A los bien resueltos, es mejor dejar pasar el dilema batido, dar la bienvenida a los picos y caídas de la montaña rusa de la vida, experimentar nuevas emociones.
Aburrirse un poco, pero sólo un poco, con otra inútil parada. Y luego continuar.
Es mejor que quedarse parando esperando quien no sabe lo que quiere, porque en verdad no quiere Es mejor que servirse como ración para egos hambrientos que no asumen llegada o partida. Es mejor que perder tiempo. Y si hay error en esa interpretación, sin error, quien quiere va atrás, y sólo va atrás, porque no percibió el valor de quien ya estuvo al lado.