La personalidad de los japoneses es admirada en diferentes lugares del mundo. Vimos cómo enfrentaron tragedias enormes con gran estoicismo. No pierden el control y preservan el sentido colectivo ante cualquier circunstancia. También se destacan por su enorme respeto hacia los demás y su gran capacidad para el trabajo.
No sólo los adultos japoneses son así. Los niños japoneses son muy diferentes de lo que solemos ver en Occidente. Desde muy pequeños son notable sus gestos suaves y su afabilidad. Los niños japoneses no son de las que hacen pirraças y pierden el control por cualquier cosa.
"Intentar controlar sus propias reacciones sin conseguir es el guión que lleva a la esclavitud del miedo".
-Giorgio Nardone-
¿Cómo los japoneses lograron tener una sociedad donde los valores del autocontrol, el respeto y la moderación son los que predominan? ¿Son tan rígidos que han logrado crear una sociedad disciplinada? ¿O tal vez sus estrategias de creación implican patrones eficaces? Veamos el asunto con más detalle.
Los japoneses dan mucho valor a la familia
Una cosa que hace a los japoneses muy especiales es la relación que existe entre las diferentes generaciones. Más que en otros lugares del mundo, el vínculo entre los más viejos y los más jóvenes es empático y afectuoso. Para ellos, un anciano es alguien lleno de sabiduría, que merece la mayor consideración.Por su parte, los ancianos ven en los niños y en los jóvenes personas en formación. Por eso son tan tolerantes y cariñosos con ellos. Adoptan un papel de orientador, no de jueces, ni de inquisidores en sus vidas. Por eso, los vínculos entre jóvenes y ancianos suelen ser muy armoniosos.
Además, los japoneses dan gran valor a la familia ampliada. Pero al mismo tiempo, poseen los límites muy bien definidos. Por ejemplo, para ellos es inconcebible que los abuelos de responsabilizarse por un niño porque los padres no tienen tiempo. Los vínculos no se basan en un intercambio de favores, sino en una visión amplia donde cada uno tiene su propio lugar. La creación está basada en la sensibilidad
La mayoría de las familias japonesas entiende la creación como una práctica afectiva.
Son muy mal vistos los gritos o las fuertes recriminaciones. Lo que los padres esperan de sus hijos es que aprendan a relacionarse con el mundo, respetando la sensibilidad del otro.
En general, cuando un niño hace algo mal, sus padres lo reprochan con una mirada o un gesto de descontento. Así, le hacen entender que su actitud no es aceptable. Es común que usen frases como "Usted lo lastimó" o "Usted se lastimó" para apuntar que su comportamiento es negativo porque provoca algún mal, no "porque sí". Este tipo de fórmula se aplica incluso a los objetos. Si, por ejemplo, un niño rompe un juguete, lo más probable es que sus padres le digan "Usted lo lastimó". No dirán "Usted lo rompió".
Los japoneses enfatizan el valor involucrado, y no el funcionamiento de las cosas. Por eso los niños aprenden pronto a sensibilizarse ante todo, una cosa que los hace más respetuosos.
El gran secreto de los niños japoneses: tiempo de calidad Todos los elementos anteriores son muy importantes, pero ninguno de ellos es tan importante como el hecho de que los japoneses tengan una actitud de dar tiempo de calidad a sus hijos. No entienden la creación como una cosa distante, sino justamente lo contrario. Crear vínculos estrechos con sus hijos es muy importante para ellos. Es inusual que una madre lleve a su hijo a la escuela antes de los tres años de edad.
Lo común es ver a las madres cargando sus pequeños por todas partes. Este contacto físico, que también es muy común en las comunidades ancestrales, también crea vínculos más profundos. Esta proximidad de piel también es de alma. Para la madre japonesa es muy importante hablar con sus pequeños.
Lo mismo ocurre con los padres y los abuelos. Es común que las familias se reúnen para conversar.
Comer en familia y contar historias es una de las actividades más frecuentes. Las historias familiares se cuentan todo el tiempo. Con ello se crea un sentido de identidad y de pertenencia en los pequeños. También hay una profunda valoración de la palabra y de la compañía. Por eso
difícilmente los niños japoneses hacen pirraças. Están rodeadas de un entorno que no les provoca grandes sustos. No se sienten abandonadas afectivamente. Percibimos que el mundo tiene un orden y que cada uno tiene un lugar. Esto les da serenidad, los sensibiliza y les ayuda a entender que las explosiones de humor son innecesarias.