La dignidad es el lenguaje de la autoestima, nunca del orgullo

La dignidad no es una cuestión de orgullo, sino un bien precioso que no podemos poner en bolsillos ajenos ni perder ligeramente. Dignidad es autoestima, respeto por sí mismo y salud. Y también es la fuerza que nos levanta del suelo cuando estamos con las alas quebradas, con la esperanza de llegar a un punto distante donde nada dona, lo que nos permite mirar el mundo nuevamente con la cabeza erguida. Podríamos decir, casi sin equívocos, que pocas palabras tienen tanta importancia hoy como la que titula esta vez nuestro artículo. Fue Ernesto Sábato quien dijo hace poco que, aparentemente, la dignidad del ser humano no estaba prevista en este mundo globalizado. Todos nosotros vemos diariamente, nuestra sociedad está cada vez más articulada en una estructura donde vamos perdiendo cada vez más derechos, más oportunidades e incluso libertades. "Además del dolor y la alegría, existe la dignidad de ser"

-Marguerite Yourcenar- Sin embargo, y eso es interesante tener en mente, son muchos los filósofos, sociólogos, psicólogos y escritores que intentan ofrecerse estrategias para dar forma al proceso. que ellos llaman "la era de la dignidad". Ellos creen que es el momento de definirse, de tener voz y trabajar en nuestros puntos fuertes personales para encontrar una mayor satisfacción en nuestro ambiente inmediato, y generar así un cambio significativo en esta sociedad cada vez más desigual.Personalidades como

Robert W. Fuller, físico, diplomático y educador, colocó sobre la mesa un término
que sin duda vamos a empezar a escuchar con más frecuencia. Se trata del "jerarquismo". En este término se incluyen todos esos comportamientos cotidianos que van corroyendo nuestra dignidad: ser intimidados por terceros (compañeros, jefes, compañeros de trabajo), sufrir acoso, sexismo e incluso ser víctima de la jerarquía social.

Todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, sentimos esa sensación de estar perdiendo la dignidad de alguna forma. Sea debido a una relación abusiva o por realizar un trabajo mal remunerado, son situaciones con un alto costo personal. Exigir un cambio, posicionarnos a nuestro favor y luchar por nuestros propios derechos nunca será un acto de orgullo, sino de atrevernos a ser valientes. La dignidad en la obra de Kazuo Ishiguro

Recientemente nos levantamos con la noticia de que el escritor británico de origen japonés, Kazuo Ishiguro, sería el Premio Nobel de Literatura de este año. El gran público lo conoce principalmente por uno de sus novelas, "Vestígios del día", una obra que, a su vez, fue llevada al cine de forma excepcional. El más curioso de todo esto es que no todos perciben cuál es el tema central de ese libro tan meticuloso, a veces desesperante, pero siempre hermoso. Podríamos pensar que "Vestígenes del día" nos habla sobre una historia de amor.

De un amor cobarde y de barreras, de aquellas donde los amantes nunca llegan a tocar sus pieles y las pupilas quedan perdidas en cualquier otro lugar, excepto en la persona amada. Tal vez podemos deducir que el libro sea la historia de una casa y sus habitantes, señores y siervos, y como un noble, Lord Darlington, buscó la amistad de los nazis ante la pasividad de su mayordomo que veía a su maestro traicionar la patria. Podríamos decir eso y mucho más, porque esa es, sin duda, la magia de los libros. Sin embargo,

"Vestígenes del día" habla de la dignidad.

De la dignidad del personaje que es el narrador y que, a su vez, es el protagonista de la historia, el Sr. Stevens, mayordomo de Darlington Hall. Toda la novela es un puro mecanismo de defensa, un intento de justificación continua. Estamos ante una persona que se siente digna y honrada por el trabajo que hace, pero tal trabajo no es más que el reflejo de la servidumbre

más sangrienta y absoluta, donde no hay espacio para la reflexión, para la duda, el reconocimiento de las propias emociones y aún menos para el amor. Sin embargo, llega un momento en que la imagen del "excelente mayordomo" se desmorona. Durante una cena, uno de los invitados de Lord Darlington hace una serie de preguntas al Sr. Stevens para demostrar la total ignorancia de las clases más bajas. Un ataque directo a su "yo" donde el mayordomo se queda de un lado para abrir el camino al hombre herido que nunca tuvo dignidad y que vivía bajo una coraza. El hombre que rechazó el amor verdadero para servir a los demás.

Recuperar y fortalecer nuestra dignidad Es ciertamente curioso como el observador externo e incluso el lector que navega página por página en libros como "Vestígenes del día" sabe de inmediato cómo determinada persona está siendo manipulada o como teje un trabajo auto autogango para justificar cada uno el acto que a nuestros ojos es inexplicable. Sin embargo, también podemos estar realizando ciertas tareas muy similares a las del mayordomo de Darlington Hall. "La dignidad no consiste en nuestros honores, sino en el reconocimiento de merecer lo que tenemos". -Aristotle-

Puede ser que estemos dando todo por ese amor, por esa relación nociva, tóxica y hasta cansancio. A veces amamos con los ojos ciegos y el corazón abierto, sin darse cuenta de que, en ese vínculo, vamos cortando poco a poco todo el tejido de autoestima. Puede ser también que estemos ocupando mucho tiempo en ese trabajo mal remunerado, donde no nos valoran, la vida y la dignidad están desapareciendo ... pero lo que se puede hacer, los tiempos son lo que son y siempre será mejor el mal conocido de que una cuenta corriente vacía. Debemos despertar, como dijimos al principio, esa debe ser la edad de la dignidad, donde todos debemos recordar nuestro valor, nuestra fuerza, nuestro derecho a tener una vida mejor, de ser merecedores de lo que queremos y necesitamos. Decir esto en voz alta, establecer límites, cerrar puertas para abrir otras y definirse antes que los demás no es un acto de orgullo o egoísmo.

Evitemos perder nuestra individualidad, dejemos de justificar lo que es injustificable y evitemos formar parte de ese engranaje que extingue todos los días nuestras virtudes y personalidades maravillosas. Aprendamos, pues, a dejar de ser súbditos de la infelicidad para crearla con nuestras propias manos y voluntades.