Nadie puede negar que el tiempo es cada vez más corto, que el empleo toma cada vez más cuenta de las horas de nuestros días, que corremos detrás del tiempo día sí y día sí. Con eso, quedamos cansados antes de que el día termine, estresados más allá de la cuenta, preocupados por lo que siempre parece quedarse atrás, además de las cuentas que se acumulan en los cajones.
En esta tonada insanamente rápida, acabamos muchas veces enfocando tan sólo los actos mecánicos que no terminamos, las pendencias materiales que aún nos asolan, el dinero que falta, el coche cero que se aleja de nuestras posibilidades, las ropas que ya no sirven más. Por otro lado, todo lo que vimos perdiendo en términos afectivos ni entra en nuestra lista de prioridades, ni que esté bien allí al final de ella.
No respondemos mensajes de amigos, no llamamos a nuestros padres, ni nos sentamos frente a los hijos para preguntarnos cómo andan las cosas. De la misma forma, atravesamos entre el compañero como si fuera invisible, como si fuera una certeza, algo que está allí y allí quedará para siempre, tal cual aquel vaso que no cambia de lugar desde hace años. Listamos los quehaceres, sin embargo, relegamos el último plano los sentimientos, las personas en fin.
Y entonces la gente termina perdiendo el interés, no queriendo saber de lo que ocurre allá afuera, de lo que no está dentro de la gente, de los amigos, de los programas televisivos, de quien lucha a nuestro lado, del amor verdadero. Y es así que nos alejamos de las personas y alejamos a las personas, justamente quien deberíamos abrazar con calor humano, justamente quien espera y tuerce por nosotros, haga lluvia o sol. Y es así que muchos de nosotros acabamos ricos materialmente y pobres espiritualmente. Es normal que nos cansamos de las tareas y de las tribulaciones que consumen nuestros días, pero nunca podremos permitir que nos cansemos de las personas que caminan con nosotros, del afecto con que debemos regar los jardines donde reposamos nuestra alma, donde nos están esperando aquellos que estuvieron a nuestro lado en las subidas y en las bajadas, riendo y llorando con verdad con nosotros. Esto equivale a abrir la mano de amor, de sentimientos sinceros, de guarida afectiva. La gente se gira con poca grana, sin coche, sin ropa de marca, pero jamás conseguiremos sobrevivir sin al menos una persona con quien podamos contar. Porque
no hay cantidad en dinero que compre sinceridad ; que la gente conquista, interesándose por lo que realmente interesa.