La 'estupidez funcional': demandada en muchas empresas

Por más que sea difícil decirlo en voz alta, es una evidencia: actualmente la estupidez funcional sigue siendo el principal motor de muchas organizaciones. La creatividad no se aprecia, tener un pensamiento crítico es una amenaza para el empresario que prefiere que nada cambie, y que busca por encima de todo funcionarios dóciles.

Somos conscientes de que en nuestro espacio ya hablamos más de una vez sobre el gran capital humano que un cerebro creativo puede ofrecer a una corporación. Sin embargo, pensar de manera diferente, siendo más libre y conectado a las propias intuiciones, a veces es más un problema que una ventaja en el contexto profesional.

Es duro decir eso. Sabemos, sin embargo, que cada empresa es como una isla peculiar con su propia dinámica, sus políticas y sus climas internos. Hay empresas que son un fantástico ejemplo de innovación y eficacia. Sin embargo, actualmente, el tan deseado cambio aún no ha comenzado. Las grandes corporaciones e incluso las pequeñas empresas buscan personas preparadas, no hay duda, pero también que sean fáciles de manejar, solícitas y silenciosas.

La innovación basada en ese capital humano que nace de la mente abierta, flexible y crítica es un gran peligro. Esto es así porque la dirección sigue viendo con temor las nuevas ideas. Porque nuestras organizaciones continúan basándose en una estructura rígida, en un esquema vertical donde la autoridad ejerce un control voraz. Por su parte, también los compañeros de trabajo suelen ver con desconfianza esa voz que trae nuevas ideas, y que por lo tanto los pone en evidencia resaltando capacidades que ellos mismos no tienen.

Es una realidad compleja sobre la que deseamos reflexionar.

La estupidez funcional, el gran triunfante

Mats Alvesson, profesor de la Escuela de Economía y Administración de la Universidad de Lund (Suecia), y Andre Spicer, profesor de comportamiento organizacional, escribieron un libro muy interesante sobre el tema titulado "The Stupidity Paradox" (La Paradaja de la Estupidez). Una cosa que todos sabemos es que vivimos una modernidad donde palabras como "estrategia" o "management" tienen mucho peso.

Son competencias apreciadas basadas en la creatividad o en el "Mental System Management" (MSM), pero entre valorarlas y permitir que se apliquen desde hace mucho tiempo. De hecho, existe un tremendo abismo incómodo. Porque la innovación es muy cara, porque siempre será mejor adecuarse a lo que ya funciona en vez de arriesgar experimentar lo que aún no se conoce. Todo ello contribuye a una realidad tan cruda como desoladora: la economía basada en la innovación, la creatividad y el conocimiento es mucho más un sueño que una realidad.

Por su vez, hay que considerar otro aspecto. La persona brillante y bien formada también es alguien que necesita un trabajo. Al final, asumirá tareas rutinarias y poco prestigiosas porque la resignación y la suposición de la estupidez funcional son fundamentales para preservar el empleo.

No importa su formación, sus ideas o sus fantásticas competencias. Si usted levanta la voz, aparecerán inmediatamente a sus predadores: directores y colegas menos brillantes y creativos que pedirán silencio en el interior de ese rebaño de ovejas blancas. Porque usted los pone en evidencia, porque sus ideas rompen la "férrea cadena de montaje" muchas veces basada en perpetuar la propia mediocridad.

No haga esto, no se convierta en un estúpido funcional. Es posible que la propia sociedad no esté preparada para recibir tanta gente formada o capaz de ofrecer un capital humano alternativo: más crítico, dinámico, creativo. Ni la demanda se relaciona con la oferta ni las empresas son receptivas a esa chispa basada en la innovación.

La estupidez funcional se cristaliza porque "no hay otra manera" además de aceptar lo que sea para pagar las cuentas al final del mes. Pero la estupidez funcional que impera en muchas de nuestras estructuras sociales es habitada, como ya sabemos, por profesionales competentes y brillantes pero terriblemente desperdiciados. Todos podríamos dar mucho más de nosotros si las condiciones eran favorables. Sin embargo, nos hemos diluido completamente en esta supuesta imbecilidad para sostener un sistema que se mantiene , que sobrevive, pero no avanza. Y esto no es una buena estrategia, porque en este contexto nos sentimos frustrados, y sobre todo, infelices.

Problemas sobre los que refleja

Mats Alvesson y André Spicer, autores del libro citado anteriormente, apuntan que hay cuatro aspectos que sostienen este problema: Procuramos agradar a quien tiene el poderen la organización.

Tenemos la necesidad de no causar problemas y de no decir a ciertas personas cosas que no desean oír.

Muchas veces ser un estúpido funcional hace que todo dé un poco menos cierto: mantenemos el trabajo y somos aceptados.

  • La gran mayoría de los trabajos actuales demanda esta característica. Si desea ascender y, además, preservar su trabajo, es mejor ser solícito, servicial y no cuestionar lo que se hace. Muchos definen nuestro actual sistema como una economía basada en la innovación, la creatividad y el conocimiento. Sin embargo, podríamos decir, casi sin engaño, que sólo el 20% está poniendo esto en práctica.
  • ¿Qué pasa entonces con todos esos cerebros brillantes?
  • Con tantas personas dispuestas a dar lo mejor de usted?
  • Posibilidad y cambios Pasamos gran parte de nuestras vidas escolares y académicas buscando la dimensión donde se encuentran nuestras aptitudes naturales y las tendencias personales, diría Sir Ken Robinson, para que al fin de cuentas, llegue la hora de entrar en el mundo profesional, todo colapsar.

La rendición no es una buena salida , transformarnos en otra pieza de motor del siglo XIX y discriminatoria no hará que las cosas cambien. Tal vez el cerebro creativo también necesita ser entrenado en coraje e iniciativa.

Para asumir riesgos y salir de estos círculos caducados para crear nuevas empresas capaces de ofrecer servicios innovadores a una sociedad cada vez más exigente. Los grandes cambios no vienen de un día para otro. Pero sí con el movimiento cotidiano, con ese ruido lento pero constante que siempre antecede a la apertura de algo nuevo y constante.