Yo prometo que nunca más tocar en su brazo, pie, mano, o darle un beso. Porque para ella ya no caben lágrimas y para mí ya no queda más miedo: no puedo imaginar nada peor que la vida que usted nos dio con su amor envenenado.Ya no soy aquella pequeña niña que encerraba en una habitación para soltar gritos y descargar las frustraciones que nacían de los fantasmas que existían en ti, y que con la bebida se agigantaban.Sólo paraba cuando sus fuerzas se acababan por el momento, o cuando daba un golpe tan fuerte que temía que los vecinos comenzar a sospechar de lo que se trataba. Porque eso sí, de la puerta hacia fuera era todo un señor. Incluso te escuché decir algunas veces que no era como los de la televisión y que lavaba las ropas sucias en casa. Lo que nadie sabía era de lo que realmente estaba hablando.
Cuando era niña, usted pedía perdón
Al principio usted se levantaba por la mañana y pedía perdón.
Al salir hacia fuera era usted que tenía miedo de quedarse sin nada, dejaba de ser hombre lobo para ser Juan con miedo. Levantaba la mesa y las sillas, bajaba hasta el frutero y hacía jugo para un maldito vaso, despertaba a mi madre con un beso y buscaba palabras que llevasen al camino de la fe. Usted decía amar, querer, sentir
... rezaba, hacía, pensaba, no volvía ... apretaba los puños, la rabia volvía, juntaba las manos por las palmas, como si el acto de separar el aire que inspiraba recobrase de verdad sus palabras. Mientras intentaba ablandar el corazón de mi madre, te odiaba. Era de una emoción para la otra, hasta que abandonaba la habitación para no volver hasta que sol se estaba poniendo.En los primeros meses mi madre creía en ti: me rescataba de debajo de la cama y me decía con palabras dulces lo que habías dicho con palabras rasgadas, agitadas; algunas actuadas, muchas fingidas. Después se levantaba y tomaba el desayuno contigo. Arreglaba la mesa, hacía más jugo para que también tuviera para mí, tocaba en su hombro y me llamaba. Al entrar te tapaba la cara con el periódico, porque en mis ojos de niño no reconocía la fe que seguimos encendida de mi madre.
Usted nos abandonó a merced de su rabiaHubo un día en que el frutero no abrió, en que mamá dejó de creer, en que ya no me levantó del suelo, pero se lloró cuando usted se fue golpeando la puerta.
Hubo otro día en que usted decidió que ya no valía la pena el teatro, que eso era pasar a forzar para no conseguir nada.
Así, por la noche usted llegaba con rabia y por las mañanas se iba con más rabia aún. Los pijamas se acabaron, porque ya no veía los muebles de la casa de manera distinta de día o de noche. Me recuerdo de muchos, pero especialmente del primer día en que toqué mi rostro y vi la sangre. Entonces me volví consciente de que mi destino comenzaba a estar unido al de la mesa o al de las sillas, luego también necesitar de reparaciones: band-sida, curativos, remiendos, fingimientos. Las preguntas incómodas en el colegio, más golpes por mis notas bajas, menos amigas por los días recluida en casa. Una noche, mamá decidió que íbamos a dormir en la casa de una amiga. Fue la noche de la primera denuncia. Y no fue mi madre la que la hizo, sino su amiga, porque usted destruyó la casa cuando nos fue a buscar.
Esa noche hizo el gran esfuerzo de repetir, con una voz melancólica y ronca, las palabras de las primeras mañanas. Pasaste la noche en el calabozo, te soltar al día siguiente. Mamá pasó la noche llorando, lágrimas que se transformaron en papel mojado a la fuerza para denunciar. Los policías vinieron por la mañana y cerraron la puerta en su nariz.
Usted volvió con la cabeza baja, pero dentro de pocos días se olvidó de las horas en el calabozo.Ya no quiero saber cuál es el siguiente paso, me siento ver el futuro en la televisión y los periódicos. Cuando usted está fuera piensa que exageran para vender buscando el mórbido, cuando está dentro piensa que es muy poco. Por eso quiero que hoy, cuando te prendan, lleve esa carta.
Una carta en la que te pido que si alguna vez existió una chispa de amor en sus palabras, si te queda algo de humanidad, no vuelva más. Durante todos estos años fui una extraña para ti, ahora soy yo quien te digo que no sabes de lo que soy capaz de hacer para protegerla. Es lo que más quiero, entiende eso. Firmado: la niña que usted nunca engañó con sus pijamas de ositos.