Dignidad personal es reconocer que merecemos algo mejor

Las personas tienen un precio, un valor indiscutible llamado dignidad personal. Es una dimensión incondicional que nos recuerda cada día que nadie puede ni debe usarnos, que somos libres, seres valiosos, responsables de nosotros mismos y merecedores de un respeto apropiado. La dignidad es, sin duda, uno de los conceptos más interesantes y al mismo tiempo ignorados dentro del campo del crecimiento personal. Por alguna razón, muchos de nosotros olvidamos que esta dimensión no depende del reconocimiento externo. Nadie tiene por qué darnos un valor determinado para que nosotros mismos nos sintamos merecedores.

"Trabaje de tal manera que usted utilice a la humanidad, tanto en su propia persona como en la persona de cualquiera, siempre al mismo tiempo como fin, y nunca meramente como medio." -Immanuel Kant-

La dignidad es una calidad inherente que viene de "fábrica".
Como dijo Martin Luther King una vez, no importa cuál sea su oficio, no importa el color de su piel, ni cuánto dinero usted tiene en su cuenta bancaria.

Todos somos dignos, y todos tenemos la capacidad de construir una sociedad mucho mejor basada en el reconocimiento de nosotros mismos y de los demás. Sin embargo, la dignidad y la vulnerabilidad siempre van de la mano. Porque esta cualidad innata depende directamente de nuestro equilibrio emocional y de la autoestima. De hecho, a veces basta que alguien no nos guste para no sentirnos dignos de ser amados. También basta pasar una temporada sin empleo para pensar que no somos dignos ni útiles para esta sociedad.Lo que no es dignidad personal

Necesitamos entender pronto que merecemos lo mejor, que debemos ser respetados por lo que somos, tenemos y nos caracteriza. Defender nuestra propia identidad, nuestra libertad y nuestro derecho de tener voz propia, opinión y ciertos valores, no es narcisismo. En el momento en que entendemos todo esto, nuestra personalidad se fortalece y conseguimos una satisfacción interior adecuada. Sin embargo, hay que admitir: si existe un aspecto de nuestro bienestar psicológico que más deja secuelas después de haber sido descuidado, olvidado o dejado en manos ajenas, es ella, la dignidad. Por eso, siempre hay que recordar una cosa muy simple y al mismo tiempo ilustrativa: la esperanza no es la última cosa que una persona debe perder, en realidad, lo que jamás debemos perder es la dignidad personal. Vemos a continuación de qué formas este valor y este principio de fortalecimiento interior se desvanecen.

Perdemos la dignidad personal cuando ...

La dignidad no es una clave que ponemos en el bolsillo y que de vez en cuando dejamos para que otras personas guardan. La dignidad no es una posesión material, es un valor intransferible, incondicional, propio y privado de cada uno. No se abandona, no se pierde, ni se vende: está contigo SIEMPRE.

Perdimos nuestra dignidad cuando nos dejamos humillar y boicotear de forma sistemática.

Perdimos la propia dignidad de forma fulminante cuando dejamos de amarnos a nosotros mismos.

La dignidad se pierde cuando nos volvemos conformistas y aceptamos mucho menos de lo que merecemos. Por más curioso que parezca, también podemos dejar escapar esta dimensión a la hora en que nos excedemos, en que exigimos privilegios y dejamos vulnerable el sentido del equilibrio y la igualdad con nuestros semejantes.

Como podemos ver,

  • no es sólo la falta de autoconfianza y de amor propio que provoca la pérdida de esa raíz de nuestro bienestar. A veces, hay quien se vuelva indigno en la hora en que permite el abuso, la falta de consideración y el egoísmo extremo.
  • Los 5 pilares de la dignidad personal
  • La dignidad es tal vez un asunto mucho más tratado por la filosofía que por la psicología. Kant, por ejemplo, definió oportunamente a la persona con dignidad personal apropiada como alguien con conciencia, voluntad propia y autonomía. Sin embargo, en las definiciones más clásicas sobre este aspecto no se presta atención a un factor fundamental: la dignidad también se expresa cuando somos capaces de conseguir que aquellos que nos rodean se sientan respetados, dignos y valorados.
  • "Todo ser humano es una persona. Es necesario respetar a la persona como tal, independientemente de que tenga o no la conciencia adecuada ".

-Evandro Agazzi- Estamos entonces ante un valor personal, pero también ante una actitud proactiva. No importa que venga de "fábrica", como dijimos al principio. Necesitamos ser capaces de propiciar y crear entornos donde impere la dignidad, tanto en nuestras familias, en nuestros ambientes profesionales y en la propia sociedad.

Veamos ahora qué pilares sostienen esta valiosa dimensión.

Cómo aprender a ser personas con una dignidad más fuerte El primer aspecto es

comprender que somos dueños de nosotros mismos.
Somos nuestros propios regentes de orquesta, nuestros gurús personales, nuestro propio timón y nuestra brújula. Nadie tiene por qué llevarnos, ni llevarnos por océanos que no son los nuestros, por escenarios que nos traen la infelicidad.

Permitirnos alcanzar lo que queremos. Muchas veces no nos sentimos merecedores de algo mejor, de algo bueno y enriquecedor. Nos limitamos a aceptar lo que la vida nos dio como si fuéramos actores de segunda en el teatro de nuestras propias vidas.Defina sus valores.

Aspectos tan básicos como una identidad fuerte, una buena autoestima y valores sólidos configuran las raíces de nuestra dignidad personal, factores que nadie puede ni debe ignorar jamás.

Reflexión y meditación.

A lo largo del día, es bueno tener ciertos momentos para sí mismo. Es un espacio propio para estar en contacto con el propio ser para hacer un diagnóstico apropiado sobre cómo nos sentimos. La dignidad es "tocada" de diversas formas a lo largo de los días, y hay que identificar esos golpes, esas pequeñas heridas para curar. Por último, y no menos importante, es fundamental también ser capaces de cuidar de la dignidad de los demás. Hemos dicho esto anteriormente, porque ser digno es también saber reconocer su igual , sea cual sea su condición, su situación, su origen, su estatus o su raza. Aprendamos por tanto a crear sociedades más justas comenzando siempre por nosotros mismos, por nuestra propia dignidad.