El mejor cómplice del agresor siempre será el silencio. Es allí donde encuentra su mejor refugio, donde quedan escondidas todas las agresiones humillantes y cada uno de los puñetazos que luego se disfrazan con maquillaje y con una expresión del tipo "prometo que es la última vez".
La mente de un agresor es reincidente y sus promesas se transforman en humo cuando ante un nuevo "desprecio", cuando es contrariado o cuando tiene necesidad de validar su poder. Porque el agresor sufre de inseguridad crónica y busca encontrar su fortaleza en los valores más machistas.
El agresor siempre buscará su perdón, pero no dudará en mantener el mismo abuso, el mismo acoso. La única forma de escapar de este círculo de poder le es quitando su mejor cómplice: el silencio.Compartir
Virginia Woolf, en sus diarios, decía que pocas cosas podían ser tan peligrosas como una casa, como un hogar.A partir del momento en que las puertas se cierran, las ventanas y las cortinas, nadie puede suponer lo que sucede allí: los dramas, las agresiones y el dolor que queda impregnado en paredes y corazones, en las almohadas cargadas de lágrimas de todas esas mentes heridas.
El silencio es y siempre será el mejor refugio para aquel que agita, para aquel que vulnera. Hay que romperlo y dar voz a todas las víctimas.
Los aliados del agresor
El mundo parece estar "abriendo los ojos" ante estos hechos gracias a todas las campañas de concientización, a la presión de los medios y de las redes sociales, y cada vez más personas denuncian las agresiones. El silencio ya no protege más a los agresores, ni teme a esos aliados que muchas veces se quedan impunes.
La violencia escondida, sea en un lugar desierto agrediendo a una mujer o en el hogar común de una pareja, es la más común en nuestra sociedad. Tanto es cierto que según una encuesta realizada por las Naciones Unidas, se estima que el 35% de las mujeres de todo el mundo han sido maltratadas y que casi el 70% ya han sufrido una agresión alguna vez. Son datos sobre los cuales reflexionar. La responsabilidad común de romper el silencio
El agresor puede tener estudio y una excelente posición social. Puede estar desempleado, ser joven, de edad avanzada y, obviamente, también puede ser mujer.
Los patrones sociológicos no suelen ayudar mucho a los especialistas a identificarlos, y menos aún, si consideramos un aspecto fundamental: el agresor está muy bien colocado socialmente, de hecho, para los demás suele ser "gente buena". El problema llega cuando, como indicaba Virginia Wolf, las puertas de una casa se cierran y nadie o casi nadie sabe lo que sucede allí. Porque quien usa de la violencia sólo la expresa con aquellos que tienen un vínculo afectivo muy íntimo: el compañero, los hijos ...
El agresor usa la agresión como forma de poder. Es incapaz de concebir al compañero como una persona con derechos o necesidades que merecen ser respetadas porque es un "objeto propio", parte de sí mismo. Por eso, ante cualquier intento de independencia, son ellos quienes se sienten agredidos porque su masculinidad y su estatus de poder se vuelven vulnerables. La otra persona entonces opta por ceder, callar y caer en esa relación subordinada donde los maltratos psicológicos y, a veces, hasta físicos, van creando marcas y heridas que no siempre se ven a simple vista. Dar el paso hasta la denuncia para salir de ese silencio no es fácil, porque crea si quiere, la víctima no siempre se siente comprendida. En muchos casos, ella necesita enfrentar un círculo más cercano donde familiares y amigos no pueden creer en los malos tratos y en las agresiones que, a pesar de no dejar marcas, le están quitando la vida.
Los servicios sociales y los centros de atención a las víctimas, a su vez, saben que muchas personas temen formalizar la denuncia por miedo a "posibles represalias" por parte del agresor. Son sin duda situaciones muy delicadas donde el temor de romper el silencio sigue siendo el mejor cómplice del agresor.
Su mejor refugio y su escudo de poder. Es responsabilidad de todos cambiar conciencias y sacar a las víctimas de esos espacios privados de tortura y humillación. Porque ninguna víctima necesita sentirse sola, porque todos tenemos un espacio en el rompecabezas de nuestra sociedad del que denunciar, dar voz y ser receptivos ante cualquier conducta sospechosa en que una mujer, un hombre o un niño puedan estar sufriendo algún tipo de maltrato.
- Seamos valientes, rompemos el silencio.