Increíble como nos engañamos con las personas, con las apariencias, con los discursos que soplan a los cuatro vientos. Increíble como existen individuos que logra disimular, fingir, propulsar oraciones rebuscadas que en nada concuerdan con lo que viven. Raro encontrar a quien vive lo que habla, quien es aquello en que cree, quien respira las verdades que pulsan dentro de sí.
Lo que más vemos son falsos moralistas, que condenan el comportamiento de los demás mientras no respetan a la esposa ya los hijos. Falsos predicadores, que discursan sobre ética y principios a los que huyen por las sombras de sus actividades escasas. Falsos beatos, que predican las enseñanzas cristianas a su propio modo, condenando a todos aquellos que no se adecuan a lo que imponen, al mismo tiempo que ni ellos mismos se comportan según sus reglas religiosas. La exposición más explícita de la propia vida, a través de las redes sociales, acaba obligando a muchos a seguir el discurso políticamente correcto, poniendo lo que se afina a lo que las normas anacrónicas rigen, aunque nada de eso haya sentido en sus convicciones. Se ven obligados a exponer ideas y opiniones que sean más acorde con lo que la mayoría espera
, con lo que la sociedad juzga como aceptable, con lo que los líderes religiosos dictan como la interpretación correcta y única de las escrituras. En este contexto, muchas personas acaban fatalmente disociándose de sí mismas, manteniendo una doble vida, una dicotomía dentro de sí, una vez que sienten la verdad exactamente del lado opuesto de lo que hablan, de lo que fingen vivir de forma transparente. De ahí que sea común ver muchos orando y decorando versículos mientras chismes, maldice, envidia, hacen daño a los demás;ver a quien condena a los homosexuales mientras traiciona a la esposa todas las noches. Y por ahí va.
Una cosa es cierta: lo que vale es la forma en que vivimos nuestras vidas diariamente, la manera en que nos relacionamos con todos, tanto con quienes tenemos proximidad, como con aquellos de quienes no necesitamos, de quien no recibimos nada en cambio. Lo que decimos, al fin y al cabo, es sólo lo que decimos, nada más que eso.