Vamos a empezar analizando una historia que muestra cómo las suposiciones están presentes en nuestro día a día. "Un niño tenía dos manzanas en sus manos. Su madre se acercó y preguntó si su hija podía darle una manzana.
Rápidamente la niña mordió una y, enseguida, la otra. La madre se sintió como si su sonrisa se congelara, y trató de no mostrar su decepción. Pasado este instante, la niña le dio una de las manzanas y dijo: "Toma mamá, ésta es la más dulce de las dos."
Esta breve historia ilustra las consecuencias de hacer suposiciones sin base para hacerlo.
Podemos llegar al punto de juzgar a una niña que, en su inocencia y buena voluntad, manejaba sus intenciones de la forma más pura que existe. Muchas veces lo que percibimos no es la realidad. De hecho, realmente importan poco nuestra experiencia y nuestro conocimiento. No debemos juzgar y siempre tenemos que ofrecer al otro la posibilidad de hacer uso de su derecho a dar una explicación.
CompartirLas suposiciones y conclusiones precipitadas nos sentencian
Juzgar por adelantado las situaciones y el comportamiento de las personas trae consigo el gran riesgo de la decepción.
La verdad es que en cualquier orden de la vida, quien espera se decepciona. Sin embargo, vivimos de esperanzas y no podemos escapar de nuestras expectativas. En este sentido, sacar conclusiones precipitadas no sólo puede llevarnos a errores aislados, pero puede generar verdaderas catástrofes en nuestras relaciones. Esto es lo que comúnmente conocemos como hacer tempestad en el vaso de agua. Llegar a este punto depende de nuestra implicación con el tema, pero sobre todo de nuestro estado emocional. A veces nuestros sentimientos nos impiden ver la falta de pruebas que está cegando nuestro juicio.
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Como sabemos que esto ocurre,es positivo tomar un tiempo de vez en cuando para recuperar la perspectiva. Por su vez, debemos beber de diferentes fuentes de información, lo que nos ayudará a evaluar de forma más justa lo que está sucediendo.
El valor de pedir disculpas A veces somos muy orgullosos cuando erramos y somos injustos con los demás. Suele ser difícil reconocer que nuestra actitud no fue la adecuada y que fue provocada por nuestra predisposición y nuestras percepciones erróneas.
Esto no sólo nos lleva a perder relaciones, pero puede hacer que nuestra previsión se confirme a sí misma. Es decir, si la madre de nuestra historia se hubiera irritado y peleado con su hija, una de las reacciones de la niña podría haber sido no dar ninguna manzana a su madre.
Obviamente esto podría tener innumerables explicaciones: la niña podría haber enojado, podría haber bloqueado, o podría haberse entristecido mucho por la suposición equivocada de su madre. Sin embargo, la realidad que podemos percibir es muy diferente. Compartir
Cuando pensamos mal de los demás y expresamos esto, podemos llegar a bloquear todas las opciones de respuesta o de explicación por parte de los afectados. De cualquier manera, la consecuencia directa más grave no es que eso nos lleve a confirmar nuestra idea o hipótesis, sino que dificultará la posibilidad de percibir nuestro error y pedir disculpas.
A veces somos demasiado orgullosos para eso y caímos en la trampa del rencor.¿Cuántas veces pensamos que tendríamos que disculparnos con alguien pero no lo hicimos? ¿Cuántas veces esperamos una explicación o palabras de disculpas por parte de alguien que nos ha herido con sus prejuicios?
Ciertamente nos vendrán a la mente situaciones de las más variadas. De hecho, es probable que ya hayamos perdido mucho en nuestras vidas por culpa de nuestras suposiciones y de las ajenas. Así, el triunfo de nuestro orgullo se alza con una gran pérdida para nosotros mismos.
La verdad es que, si queremos, podemos montar un mundo verdaderamente paralelo al margen de la realidad, pero no vale la pena hacer eso. Está claro que tratar de evitar estas situaciones es algo que podemos escoger sólo en cierta medida; sin embargo, podemos procurar basarnos en la premisa de ser justos y hacer el bien por encima de todo, lo que es siempre deseable y enriquecedor. Compartir