Caer en el ridículo es uno de los grandes miedos de aquellos que llevan su ego muy en serio. Claro que no cometer errores o mostrar debilidades, especialmente en determinados momentos críticos, puede ayudarnos. Pero si eso no sucede, incluso en los momentos a que nos referimos, tampoco es el fin del mundo.
El sentimiento de ridículo se experimenta como algo más que una simple vergüenza. En general, un equívoco, error o fallo está asociado a la desaprobación. Sin embargo, cuando esto sucede podemos oír una risa sofocada al fondo, y es precisamente esa burla que aumenta el efecto de la vergüenza. Así, estamos enfrentando un escenario que también puede generar perplejidad o tensión.
Al final, lo que hace algo ridículo es la desproporción o la inadecuación. Así, las situaciones formales son un terreno fértil para que eso ocurra. Por lo general, requieren protocolos más o menos rígidos, por lo que salir de la regla es relativamente fácil. A pesar de eso, caer en el ridículo es algo tan democrático que se puede hacer en cualquier lugar. Nadie se escapa y todos hemos probado su sabor alguna vez. "Si en los hombres no aparece el lado ridículo, es porque no lo buscamos bien". El payaso es precisamente aquel personaje que hace del ridículo su material de comedia.
Los payasos representan todo lo que puede ser considerado ridículo.
Su ropa es exagerada, bizarra. Sus zapatos enormes, sus narices rojas y su maquillaje facial les dan una apariencia absurda. Ellos usan ropa que simulan un corte elegante, como el de un traje, lleno de colores y elementos muy llamativos.
Buena parte de la rutina de los payasos consiste en tropezar y caer.
Lo que causa la risa entre el público es que ellos son siempre víctimas de su propia distracción. Ellos están esperando otra cosa y, de repente, algo entra en su camino y los hace caer en el suelo. Además, siempre caen de forma espectacular, nunca discretamente. Una buena presentación de payaso está llena de malentendidos. Ellos comen un pedazo de cartón pensando que era un pastel. O ellos dan un beso en algo horrible, creyendo juntar los labios con una bella mujer. O ellos asumen la misión equivocada porque interpretar las instrucciones de forma diferente.
El mundo de los payasos es el mundo del ridículo, pero también de la risa inocente. Caer en el ridículo y reírse de sí mismo En realidad, sólo es posible caer en el ridículo, en sentido estricto, cuando aquellos que cometen el error lo llevan demasiado en serio.
Si alguien, por ejemplo, no sabe bailar, pero finge que sí, puede parecer muy ridículo y desencadenar la risa. Por otro lado, si él acepta que no sabe bailar y se divierte con sus propias limitaciones, no hay problema alguno en eso. ¿Cuál es la diferencia entre una y otra situación? Se reduce a una sola palabra: autoestima.
Alguien con una autoestima fortalecida siempre es capaz de reírse de sí mismo
, porque se acepta. Esto incluye tolerar sus propios errores o equívocos. Por otro lado, cuando hay inseguridad y falta de confianza en lo que somos, caer en el ridículo puede ser una fuerte herida emocional. El verdadero error es creer que sólo somos dignos de aprecio cuando golpeamos, y no cuando cometemos errores. Cuando no hacemos o decimos algo inapropiado. En ese caso, no hay una verdadera apreciación por sí mismo, sino una autoevaluación simulada. Navegar por el ridículo
Todos nosotros tenemos facetas o comportamientos torpes. Es natural. Una distracción o un pequeño malentendido es suficiente para caer en un error o equívoco en términos sociales. Ante esto, sólo hay un antídoto: ser verdadero y, por lo tanto, humilde. No podemos fingir hacer lo que es correcto en todas las circunstancias. Lo que podemos hacer es trabajar para sentirnos orgullosos de quién somos, para delinear un retrato en ser apreciados en nuestra totalidad. Es decir, con defectos, virtudes, errores y éxitos. Esto nos permitirá eliminar ese deseo de ocultar, disimular o permitir que sólo muestren las facetas que anticipamos que los otros más querrían.Podemos familiarizarnos con el ridículo adoptando gestos absurdos o posturas delante del espejo o saliendo en la calle sin pensar demasiado en nuestro visual, vistiendo algo original que atraiga atención o genere sorpresa. Si hacemos esto, percibiremos que permaneceremos los mismos y hasta podemos acompañar la risa de aquellos a quienes causamos gracia.
Lo más importante es que, cuando nos permitimos caer en el ridículo de vez en cuando, sin que eso nos afecte, también descubrimos que podemos vivir más relajados y felices.