Las relaciones interpersonal cambian con los tiempos. Nuestros abuelos todavía vieron bodas por conveniencia y sin amor, arreglados; nuestros padres vieron relaciones mantenidas sin amor, por divorcio ser manchado en el historial de alguien. Por suerte, la sociedad evolucionó. Hoy elegimos con mucha más libertad con quien queremos estar y por cuanto tiempo, pero también corresponde a nosotros tener responsabilidad emocional y tener cuidado con el sentimiento ajeno.
La nueva era de la tecnología y de la velocidad de la información, además del patrón consumista instaurado, alteró nuestro modo de relacionarnos, irremediablemente.Hoy, es mucho más fácil comunicarse (lo que es benéfico y maléfico para las relaciones, depender del punto de vista), pero no por eso estamos más cerca, más conectados como seres humanos. Bauman, sociólogo notable que nos dejó hace poco, nos ha advertido de la liquidez de nuestra sociedad y, consecuentemente, de nuestras relaciones. Nada es para durar, todo es tratado como bien de consumo, desechable, cambiado por otra relación con mejores "updates". Todo es rápido y frágil demasiado para permanecer siquiera a medio plazo. No he venido aquí a dar un sermón de quien ya está un paso atrás en términos de generación (todavía viví un tiempo bajo la égida de una sociedad analógica), como quien resuena de innovaciones y modernidades de los más jóvenes.Dejo sólo una alerta, una reflexión, por ver una sociedad cada día más enferma y necesitada de afecto y conexión
. Después de algún tiempo haciendo terapia (lo que, por lo demás, recomiendo fuertemente), percibí cuánto cada uno tiene una gran e incuestionable parte de responsabilidad sobre sí mismo. Yo siempre quise adelantarme al sufrimiento ajeno, para evitarlo, como si yo fuese la guardián de eso, aunque me causara sufrimiento. Hoy sé que mi comportamiento fue a menudo exagerado, un celo excesivo, pues trataba al otro como un ser desprovisto de condiciones de auto determinar, auto defender y posicionar. Pero al mismo tiempo, siento que muchas personas viven el otro lado del péndulo: el de la total irresponsabilidad emocional con el otro.Una vieja máxima bien enseña que sólo sabemos con certeza lo que decimos, nunca lo que el otro escuchó. Sí, de hecho, es cansado, inocuo e incluso ingenuo pensar que siempre podemos anticipar y evitar el sufrimiento o cualquier mala interpretación del otro con quien nos relacionamos, previendo toda y cualquier repercusión de nuestros actos y palabras. Es una lucha en vano.
Tenemos que actuar según nuestra verdad interna y ajustar posibles malentendidos (que aún así suceden) durante el recorrido. Pero hay aquellos que ni siquiera toman conciencia de lo que ocurre dentro de sí con claridad, y así vierten al mundo un sin número de acciones, conductas y palabras inconsecuentes que reflejan ese desorden, poniendo a los demás en medio de una confusión que es sólo suya, causando estragos sin medir sus repercusiones (eso sin hablar en quien, maldamente, conduce la vida para engañar, engañar y afines, que ni está en discusión aquí). Creo que todos debemos tener un mínimo de responsabilidad emocional con quien nos relacionamos.
Es el mínimo de respeto, empatía, consideración que debemos demostrar en nuestras relaciones más cercanas (micro) si queremos soñar con un mundo mejor en términos de convivencia y solidaridad (macro). Sabemos (y solucionamos) cuanto más posible de nuestras cuestiones internas antes de meter a los demás en nuestro lío emocional es un cuidado recomendado. Y cuando no sabemos muy bien sobre lo que pasa con nosotros, cuidar para no mezclar personas en nuestra confusión sin, al menos, alertarlas del caos gigante rodando por dentro. La responsabilidad emocional es dar al otro la claridad y la transparencia de lo que pasa por dentro. Nadie tiene obligación de tener todo super claro y definido internamente, o de querer lo mismo que los demás (tener una relación seria, por ejemplo, sólo porque el otro desea). Pero
tenemos el deber ético de colocar las cartas en la mesa para que quien esté con nosotros al menos sepa cual "juego" está siendo jugado, para decidir, con las informaciones disponibles y claras, si quiere continuar o no (momento en que comienza la autonomía del otro). Hoy en día, no pido a alguien que me ame, que me quiera bien. Pido a personas que siempre tengan en mente la importancia de un mínimo de responsabilidad emocional con los demás, en una demostración esencial (y tan escasa) de empatía.