¿Cuántas veces usted se miró y notó cada milimétrica imperfección de sí mismo, cada "fracaso", sintiendo vergüenza, culpa, debilidad, humillación? ¿Y cuántas veces se sintió inmensamente sólo en su fragilidad, observando su relicario de pequeños y grandes defectos, removiendo sobre ellos como si casi los adoraban? Y a pesar de todo eso ... fingió no sentir, no sacudirse. No quiso dejar de ser imperfecto.
Rara vez expuso sus sombras con sinceridad. Al final, se predica una sociedad de perfectos e inquebrantables: cuerpos esculturales, absoluta corrección en buenos modales, carrera meteórica en tierna edad, diplomas y certificados, 4 fluencias en idiomas, los últimos gadgets y bienes de consumo, frialdad de emociones, las relaciones de Hollywood en casas envidiosas en los Jardines, familias irretocables de margarina con padres e hijos ejemplares, salud mental impecable, viajes lujosos anuales a Europa, un desapego forzado fresco de quien no se liga a relaciones interpersonales y las descarta sin sacudir el corazón.
Es, vivimos la sociedad capitalista, de consumo, líquida, instagramada, photoshopada y facebookiniana, con filtros de color en las fotos y de ceguera en los ojos (físicos y del alma).
e intentamos, sin éxito, adecuarnos e insertarnos en ese molde irreal de éxito y perfección que nos bombardea por todos lados, presionados por las expectativas y exigencias externas.
Y no lo percibimos. Que la verdadera revolución y alivio de nuestras angustias es exactamente ser un rebelde dentro del sistema: es mostrar y aceptar nuestros errores, nuestras frágiles existencias. Es compartir esa humanidad intrínsecamente imperfecta que nos acerca, es tener tanto acogida y empatía por los demás que no se preocupa en vulnerarse y mostrar a los demás que no están solos ni incomprendidos.¿Cómo sentirse acogido como un ser imperfecto en un mundo de perfección?
El ser humano necesita sentirse acogido, perteneciente. Y para ello, necesita identificarse con los pares, ser comprendido, aceptado. ¿Cómo alguno de nosotros se sentirá acogido y perteneciente en ese mundo perfecto, impasible, inmaculado e intransigente con los errores y las derrotas? Difícil. Por eso mismo insistimos en adecuarnos a ese modelo inalcanzable. Y todos nosotros entramos y permanecemos y padecemos en ese círculo vicioso y creador de sufrimiento, que sirve, en la mayoría de las veces, como máximo a un interés mayor maquiavélico de alguna industria, y casi nada vale para nuestra serenidad y desarrollo como individuo y en cuanto humanidad .
Las redes sociales, que poseen un lado positivo y agregador, muchas veces son sólo nuestra vitrina de realidades de algodón,
inalcanzables por las tempestades y los rayos de nuestra vida real, un intento de probar a todos (ya nosotros mismos) la ilusoria sensación de que estamos en el camino dorado de la perfección. En las relaciones interpersonales, principalmente en las amorosas, esa (ir) realidad se amplifica en mil. Reproducimos esa criticidad, eligiendo por milimétricas apariencias, descartando al menor signo de obstáculo, al mínimo desagrado deletamos, sumimos, cambiamos. Si no bastaba todo esto, hay todavía el mito de la sensibilidad, de la emoción y de la vulnerabilidad a la muestra como debilidades incompatibles con la supervivencia y el éxito en nuestra sociedad. En cuanto a las mujeres, una mayor emotividad se considera como histeria; en cuanto a los hombres, es vista como contraria a la viril masculinidad.
Y en esa falacia toda que nos es enseñada y reforzada a lo largo de la vida, no es por menos que nos sentimos solos.
No esa soledad sana, sino la soledad de desamparo e incomprensión, de la que somos apátridas en una nación de irretocables.
No es por menos que los males de nuestra generación son la depresión y la ansiedad: es el dolor y culpa de lo que hemos hecho en el pasado (ya que no somos educados a ver los errores y fallos como normales) o la aflicción de querer evitar las fallas y derrotas futuras controlando lo que aún está por venir. Puedo testificar de mí. Viví momentos de gran melancolía (y vivo a veces aún) por no perdonarme y culpar por tantas cosas que ya pertenecen a los inmutados años pasados. Sufrió crisis de ansiedad por querer controlar hasta la perfección de la agenda de un fin de semana banal. Yo lloré, sintiendo una soledad gigantesca, siendo la jueza más cruel de mis errores, de mi cuerpo, de mi manera, de mi personalidad. Ya he tenido crisis innumerables de migrañas desencadenadas por sufrimientos inofensivos por fallas pretéritas o temores de fracasos futuros. Reconciliarse consigo mismo y entender la belleza de ser imperfecto Por lo tanto, es importante, primero, una reconciliación interior:
nosotros mismos acoger a nuestro niño herida interna, mostrando que ella merece nuestro amor incondicional a pesar de las sombras y fallas, sin esperar el endoso de un mundo externo que intentará convencer de lo contrario. Es una terapia de auto amor, con vigilancia diaria, pues es fácil volver al funcionamiento que nos fue enseñado y está arraigado. Pero es un paso cada vez, cada día, en un detox de esa manera tóxica de existir. Y en un segundo paso, dar esa mirada compasiva a los demás. Sin percibir, muchas veces, inmersos en ese intento de encajar a los patrones de praxis, cuando vemos seres disruptivos e insurgentes, que van en contra de la mayoría, nuestra primera actitud es juzgar: percibe que quien se deja juzgar por tantos críticos externos también tiende a ser más uno a sumarse como un severo crítico de los demás. Es casi como si el otro, el rebelde, estuviera tratando de deslegitimar un modelo que estamos intentando (tanto y con sacrificio) encajar, y nosotros no pudiéramos admitir a alguien tratando de destruir el patrón que estamos todos día esforzándonos sobremanera para alcanzar.
Entonces entienda de una vez, mi caro "serumaninho":
en esa sociedad de los perfectos y sin emoción, mostrar sus vulnerabilidades es dar la oportunidad de los demás también mostrar sus , es decir que "está todo bien", incluso con nuestras inexactitudes. Es dar un permiso al otro de también ser imperfecto, más, de ser sí mismo. Es un regalo, es dar un albedrío de soltura para la fragilidad ajena (y para la suya también).