El mundo anda enfermo, las personas están cada vez más estresadas y sin tiempo para nadie, las entradas virtuales destilan prejuicio y agresividad, cuanto amargor. No sobra tiempo más para la gentileza, para la conversación, para los encuentros; el trabajo nos roba todo el tiempo, tiempo de vida, de ocio, de amor. Me encontré perdido en medio de todo esto, muchas veces desplazado de la marea que barrió hecho torbellino los restos de humanidad que deberían ser prioridad en la vida de cualquier persona.
Todavía creo en el ser humano, en la naturaleza humanamente gregaria del hombre, que nos hace necesitados de convivencia, de compañerismo, de toque y de intercambios. Me niega a creer en una sociedad mayoritariamente preconcebida y excluyente, dispuesta a obtener ventajas y bienes materiales, aunque a las costas de la infelicidad ajena.Creo en el poder del amor, en la fuerza del bien, en la capacidad de la verdad sobreponerse a toda y cualquier mentira, a toda infelicidad solitaria. El bien tiene que vencer el mal, en todos los sectores de esa vida - o eso o se pierden los objetivos de vida basados en la ética y en el respeto al otro. Me niego a pisar a alguien para sobresalir, a mentir para conseguir lo que quiero, a odiar simplemente porque soy contrariado.
Creo en sentimientos sinceros, en acogida verdadera, en guardia afectiva.
Todavía existe quien ama sin miedo, quien se entrega sin censura, quien acoge lo diferente, el disonante, el que anda en contra de todos. No puedo concebir la idea de que todo el mundo actúa con segundas intenciones, que nadie sea capaz de donarse sin querer nada a cambio, que la aceptación de todas las razas, credos y géneros sea una utopía, un sueño imposible. Solamente confiar en las personas, en las palabras, en las actitudes que veo, sin quedarse con el pie atrás, sin vacilar, desconfiando de que aquello pueda tratarse de escenificación premeditada, de risa forzada, de ardil encubierto.
No puedo creer que gente del bien es especie en extinción, que curtida en el rostro valga más que un apretón de mano caluroso, que se juzguen a las personas por las apariencias, por la procedencia, por todo menos por la esencia que las define. Creo que no soy de aquí, creo que nací en el tiempo y en el lugar equivocados, por tanto de decepciones que se amontonan en mi caminar, en relación a quien, principalmente, recibió mi mejor. Sin embargo, incluso bajo miradas de censura, palabras de desánimo, caídas y dolores, persistimos en el propósito de alcanzar la felicidad de la forma más limpia y ética que podamos, pues lo que es nuestro entonces se resguardará, para que disfrutemos de lo bueno y lo mejor junto a los pocos verdaderos que se unieron a nosotros. Que así sea.