Cuentos de hadas son pasados y repasados a los niños, puntuados por finales felices y armoniosos para siempre, haciendo que el imaginario de todos se recuerde con la posibilidad de vivir una vida rosa, como las de las princesas de Disney. Esperar por el príncipe encantado en el caballo blanco, sin embargo, es permanecer en la infancia, tal cual una niña insegura que espera un superhéroe que la proteja del mundo, de la vida en sí.
No hay felicidad eterna, simplemente porque ser feliz es un objetivo, no una constante. La felicidad es el camino que recorremos mientras intentamos realizar nuestras metas, mientras que sobrepasamos obstáculos, vencemos dolores, sobrevive a las pérdidas más duras. Nadie es feliz todo el tiempo, una vez que, si alcanzáramos la satisfacción plena y última de nuestra vida, el mañana ni tendría más sentido. El más sano es sorver los momentos felices que encontramos en nuestro viaje, esparcidos, pero intensos; breves, pero mágicos. Con todos es así, es decir, esperar que el otro nos traiga lo que supuestamente nos falta sólo nos servirá como prolongación de decepciones. El otro también viene con felicidad a ser buscada, con sueños e ideales aún distantes, por lo tanto, no será capaz de ser un escudo, una muralla que nos libre de pasar por lo que es sólo nuestro.
Teniendo conciencia de que todavía habrá mucho que ser vivido y conquistado, seguiremos más conformados con la incompletud que nos sirve como motivación a jamás parar en el mismo lugar, a proseguir, trópegos que sea, pero siguiendo adelante. Así, nadie esperará por un príncipe encantado que venga a suplir las carencias de nadie, pues seremos lo suficientemente fuertes para entender que somos los actores principales del guión de nuestras vidas. La madurez de saber que la vida no es fácil ni nunca será, por más que luchemos y nos comportamos éticamente, nos proteger de crear ilusiones fantasiosas sobre un mundo de hacer de cuenta, donde la felicidad es plena y las personas son cordiales y transparentes. De la misma forma, ese equilibrio no nos permitirá aceptar en nuestras vidas personas que traen solamente dolor y sufrimiento, sustracción, agresión y cobardía. Porque, entonces, estaremos listos tanto para recibir lo que hicimos por merecer, cuanto para cerrar las puertas de nuestra esencia a todo aquello que entristece ya todos que intenten disminuir e intentar hacer que nos sintamos menos gente, menos persona, menos amar. Y sonreír con el alma es lo que nos mantendrá seguros y seguros, hacia lo que hace nuestro corazón vibrar.