Cuando somos nuestra mejor compañía no nos sentimos vacíos, tampoco desesperados por tener a alguien a nuestro lado cueste lo que cueste, pues nos volvemos resistentes a lo que es débil, insosso, falso, al que hace mal.Estamos viviendo la era de la soledad, en que las relaciones virtuales imperan al lado de la desconfianza del otro, en vista de la competitividad que permea a todos los sectores de nuestras vidas. Para no huir al chavo que caracteriza a las relaciones sociales contemporáneas,
somos solitarios en medio de multitudes .Cada vez más ansiosos por consumir y por obtener los bienes materiales que nos confieren status y éxito, aumentamos nuestros horarios de trabajo más allá de lo sano, acumulando servicios y subyugando nuestra rutina al cotidiano embotado de los papeles y reuniones nada placenteros. Nos sobran, así, míseros minutos para disfrutar de lo que podemos comprar y de quien hace toda la diferencia en nuestro viaje.
Y así, muchas veces no encontramos tiempo para las relaciones amorosas .Nuestra propia compañía puede ser maravillosa
Sin embargo, estar solo no es necesariamente algo malo, muy al contrario. El tiempo que gastamos con nosotros es precioso y debe formar parte de nuestro día a día si no queremos perderse en medio de la frialdad de las compañías interesadas. Cuando reservamos un tiempo para nosotros mismos, somos capaces de reflexionar con claridad sobre lo que estamos o no haciendo de nuestras vidas.
Y eso nos provoca cambios positivos, trayéndonos seguridad .Es necesario, por tanto, que nos guste de nosotros mismos al punto de no sentirnos soledad, porque el amor propio nos aleja de cualquier tristeza, ya que estaremos enteros, completos y satisfechos con lo que somos. Es preferible estar solos, pero seguros y cómodos, a estar acompañados por quien no nos completa, no trae verdad ni entereza. Bastar a sí mismo es el primer paso para no entregarse a relaciones tóxicas. En un mundo en que los intereses desatendidos de afectividad reinan soberanos, no es difícil encontrarnos con personas que se acercan apenas movidas por desamor.
No podemos aceptar nada que no se embase por el amor, por sentimientos sinceros, por desinterés material. Para ello, necesitamos también desprendernos de la sobrevaloración de las posesiones, para que alguien pueda quedarse y hacer morada junto a nosotros de cuerpo y alma . Al conocernos bien, no permitiremos que nadie pone en duda nuestras certezas. Al final, de esa forma estaremos felices y llenos de amor para dividir, aunque sea con nadie más que nosotros mismos.