He practicado la autoacetación y, con eso, vengo consiguiendo disminuir aquel peso que las críticas ejercían sobre mis hombros. Hoy me miro en el espejo y elijo aceptarme por entero, pues descubrí que mis defectos y cualidades forman la combinación perfecta que me hace única ante el mundo. Descubrí, en fin, que yo soy la única responsable de mi felicidad, y entonces decidí hacerme la mujer más feliz de ese mundo.
Hoy yo escojo renunciar a todos los patrones de pensamientos, que me impiden alcanzar mi mejor para mí misma y para aquellos que amo. Aprendí mucho antes de llegar a esta nueva fase Entendí que, de hecho,
debo ver mis defectos con el cariño que merecen,
aceptándolos no como una falla, sino como una oportunidad de crecimiento y aprendizaje y, cuando error, ya no acepto ningún tipo de castigo, pero sí busco encontrar las alternativas que me permitirán hacer mejor la próxima vez.
Hoy sólo observo lo que siento en relación a algo o alguien, y decido si deseo, o no, mantenerme en la misma frecuencia y, así, sigo mi vida sin ese viejo fantasma de la culpa, que insistía en acompañarme en cada paso que Yo aprendí que mis pensamientos rige la melodía de mi vida y por lo tanto he practicado el amor, la compasión y el perdón diariamente; ajustado el tono, cuando algo sale de mi control; afinado mis palabras, para que de mi boca salgan sólo frases que edifiquen; y vengo revisando cada partitura, para eliminar los excesos que nada añaden. Percibí que las pausas son tan, o más, importantes que el camino en sí. Es fundamental saber la hora de parar para respirar,
realinear objetivos y disfrutar de los logros ya alcanzados, para que la vida no sólo se resuma al simple acúmulo de metas. Dejé de permitirme decirme lo que yo debería, o no, hacer, como si yo no tuviera mi propia opinión sobre mi propia vida. Con eso, me reinventé, me redescribí y me reencontré, y me dejé de cobrar de mí una perfección exagerada.
La verdadera belleza
El hecho es que descubrí que para que una mujer se haga hermosa de verdad, de aquellas que hacen que todos se encantan al mirarla, ella debe ser capaz de desvestirse de cualquier necesidad de encajar en ella algún tipo de patrón. El hecho es que una mujer hermosa de verdad es aquella que se viste de sí misma y le gusta lo que ve y, por eso, contagia a todos con su energía.
Entendí, en fin, que, en vez de reclamar de los percances de la vida y de los defectos que encuentro en mí o en los demás, debo buscar soluciones y practicar la gratitud por cada aprendizaje y liberación , pues ese sí es el gran secreto de una enseñanza vida plena.