Ser aceptado por los demás es una necesidad instintiva y profunda.Nosotros, seres humanos, somos sociables por naturaleza, dispuestos a interactuar en grupos de intereses, y tristes por la marginación de los mismos. Cuando somos excluidos, una alerta milenaria se activa en lo más profundo de nuestro cerebro. Sabemos que, si estamos solos, somos más vulnerables a cualquier peligro que se acerque. De ahí nace el miedo de nadar contra la corriente. De ahí nace la arriesgada tendencia de sumarnos a las masas sin una reflexión previa. En principio, es aterrorizante quedarse por fuera de la dinámica de que los demás participan. Es como si fuera el anuncio de que podemos caer en aislamiento y, con ello, ser sometidos a riesgos más poderosos que nosotros mismos."Pensar contra la corriente del tiempo es heroico; para no decir locura. "
- Eugene Ionesco-
El preocupante de ese hecho es que hay momentos en los que la gran corriente social va en contra de lo razonable y lo deseable.
El ejemplo más evidente, que siempre es traído a la superficie, es el del nazismo. Muchos se unieron a ese movimiento enfermo e inhumano simplemente por miedo. Todos iban en la misma dirección y, por más absurdo que fuera, para muchos era mejor seguir esa corriente que ofrecer resistencia.
Esto no ocurre sólo con los grandes hechos históricos. También hay un infinito número de situaciones cotidianas a las que podemos aplicar el mismo esquema. Por ejemplo, en los actos de abuso escolar, o bullying. Aunque muchos sepan que este comportamiento es reprobable, se callan o se unen a los agresores sólo para no nadar contra la corriente que impera. ¿Qué podemos decir de este miedo? ¿Hay alguna forma de evitarlo? Nadar contra la corriente: el miedo a pensar y ser diferente de los demás. De cierta manera, todos somos inducidos a crear un personaje que nos represente socialmente.
Esto quiere decir que alguien nos dice cómo debemos ser desde que nacimos. Lo que debemos o no hacer. De qué forma debemos comportarnos. No siempre, o mejor, muchas veces, eso no coincide exactamente con lo que deseamos ser o hacer. Para entrar en la sociedad y en la cultura necesitamos "falsificar" un poco. Debemos respetar las filas, aunque no queramos. O aprender a comer con servilletas, aunque parezca inútil o muy complicado. Es el precio que debemos pagar para ser aceptados en determinado grupo social. Por eso es que, en parte, cuando estamos en sociedad, representamos uno o varios personajes.
¿Por qué acabamos aceptando estas reglas del juego? Simplemente porque, si no lo hacemos, recibimos a cambio un rechazo o una reprobación. Los demás no están dispuestos a aceptar que hagamos lo que les guste y
suelen demostrar una resistencia sutil y poderosa a cualquier postura diferente a la defendida por el grupo. Impone límites que no siempre se explican ni se entienden. En principio, aprendemos a comportarnos de acuerdo con lo que las normas de los demás dictan, porque tenemos miedo del sufrimiento que puede surgir al no hacerlo. Crecer es desarrollar la autonomía
Algunas personas nunca tuvieron la oportunidad de superar la fase infantil.
Cuando somos niños, los adultos mandan. Nos acostumbra a obedecer, generalmente sin saber el motivo. Lo bueno y lo malo es pasado como la única verdad, ante nuestra opinión, que cuenta muy poco. Crecer significa entender el porqué de las normas, de los límites y de las restricciones. También significa
decidir hasta qué punto se ajusta a nuestra voluntad o no.
Y, entonces, actuar en consecuencia. Para alcanzar todo esto, es necesario que hayamos perdido el miedo de pensar por su cuenta. Que hayamos explorado quiénes somos, independientemente del personaje que aprendemos a representar.
Al reconocernos como adultos también descubrimos que tenemos recursos para oponernos a aquello con lo que no estamos de acuerdo y nadar contra la corriente. Pero, por supuesto, primero necesitamos saber lo que estamos de acuerdo. Esto compone nuestras convicciones y las convicciones son lo que nos da fuerza para ir contra la corriente si es necesario.
Desafortunadamente, no siempre el proceso se completa. A veces la persona elige no crecer. Es un trabajo arduo, que no sólo demanda esfuerzo y repetición, sino también coraje. No todos están dispuestos a recorrer el camino que hay entre el personaje construido hasta lo real. No todos quieren enfrentarse, cara a cara, el miedo que existe al llegar a ser capaz de ser usted mismo. Aquellos que consiguen, ganan libertad. También ganan la posibilidad de programar su destino, la medida de lo real que va surgiendo para sí.
Créditos de las imágenes: James Bullogh