Aquella noche, mientras la Princesita Rana dormía plácidamente entre sus sábanas de seda, vestida con su mejor camisón repleta de encaje y bien agasajada bajo un edredón de plumas de ganso, tuvo un sueño maravilloso.
Soñó que celebraba una espléndida fiesta en una laguna. Las luces suaves, que provenían de la multitud de faroletes de colores colgados con elegancia entre las copas de los árboles, envolvían el ambiente. Para los invitados se ofrecía agua fresca de nacimiento en jarras de fino cristal, y había traviesas repletas de frutas cuidadosamente descascadas y exquisitamente cortadas en pequeños pedazos para facilitar su degustación. Para todos aquellos que quisieran descansar entre una danza y otra, había asientos cómodos bajo los árboles más frondosos.
Todos en el Reino de la Laguna habían trabajado duro durante meses para que la fiesta fuera un éxito. La Reina Rana se había encargado de hacer la lista de invitados. Las listas se habían acumulado en la mesa del despacho real, de modo que el Monarca se vio obligado a eliminar nombres y más nombres para acortar la extensa lista de la Reina, facilitando así que los presentes pudieran sentirse cómodos con el espacio de la laguna. La joven Princesinha Rana se encargó de elegir la vajilla y el ajuar de mesa de acuerdo con la fiesta al aire libre. Buscaba algo discreto, que no desatara la sofisticación de los invitados y que tuviera un toque de elegancia.
El Príncipe Sapinho no tardó en aparecer en la fiesta. Estaba muy bien vestido, con su más nuevo traje a medida por el mejor sastre del Reino de la Laguna.Usaba su corona dorada resplandeciente y su traje rojo característico de los sapitos de su categoría. Se había arreglado primorosamente, pues olía la colonia de Agua de Rosas y la crema corporal hidratante de miel y almendras.
La Princesa Rana supo desde el primer momento que, algún día, él sería su marido. Y el Príncipe Sapinho supo desde el primer momento que algún día ella sería su esposa. Durante todo el baile, la Princesita Rana y el Príncipe Sapinho no dejaron de mirarse y buscar sus ojos de apasionados entre las cabezas de los invitados. Pero si el Príncipe Sapinho era tímido, la Princesita Rana era aún más, y ninguno de los dos se atrevió y dio el primer paso y confesó su amor aquella noche. La Princesita Rana estaba tan silenciosa que parecía una estatua con los pies clavados en el campo verde. El Príncipe Sapinho parecía tener los pies pegados con superbonder, loctite u otra cola extraforte. Ninguno de los dos encontró las fuerzas necesarias para romper ese encanto que los mantenía atrapados en el suelo.Así, la fiesta terminó y los invitados se fueron despediendo uno a uno de los anfitriones.
Y nadie puede impedir que las estaciones se suceden en el alegre Reino de la Laguna ...
El viento de otoño llevó consigo las hojas de los árboles, y las flores traviesas acabaron ocultándose frente al mal tiempo. Cuando los copos blancos del invierno se posaron sobre la laguna, el frío durmió los árboles y los habitantes del reino se acurrucaron en sus hogares al abrigo del fuego. Con la llegada de la primavera, todos los habitantes del Reino de la Laguna empezaron a poner los rostros tímidamente hacia fuera, mientras la naturaleza bosteaba para despertarse de la tristeza y disfrutar del buen tiempo, calentándose con los primeros rayos de sol. Al llegar el verano, todo sucedió como en su sueño,
peroen esta ocasión hubo un final feliz:Era la fiesta de conmemoración de los 80 años del Rey Rodrigo. La laguna estaba adornada con linternas coloridas, y olorosas ramas de flores silvestres reposaban bien en el centro de cada mesa.
El hermoso Príncipe Sapinho la encontró en medio de la multitud . La ranita estaba bellísima, vestida con su ropa de fiesta para el baile. El Príncipe le dio un tierno beso en la frente y, poniéndose de rodillas, pidió su mano y se comprometieron para siempre jamás.