Hay personas que sienten un gran malestar cuando se sienten bien; podemos hablar incluso de una alergia psicológica o una fobia habitada y sostenida por mecanismos raramente conscientes. Es un estado en el que esas personas se sienten extrañas, un estado del que quieren huir más que explorar. Ya sea porque tuvieron una infancia difícil, porque tienen la sensación de que no merecen o debido a su perfeccionismo, el caso es que ellas no pueden aprovechar las alegrías y ese estado de bienestar.
Estas personas sienten que corren un grave riesgo en estos momentos: el riesgo de acostumbrarse a quedarse en ese estado al que llegar, mientras que tienen la sensación de que va a desaparecer en poco tiempo. Son incapaces de imaginar la vida como otra cosa que no sea una lucha o un camino de sufrimiento. Si esta lucha o ese crujir de dientes no existe, si los músculos no están tensos, para ellos alguna cosa está equivocada. ¿Cómo aprovechar las alegrías que no me pertenecen? Antes ocurría de manera frecuente, por ejemplo, cuando una persona de una clase social comenzaba a formar parte de otra más alta. Especialmente si esa ascensión era inestable, la persona solía demostrar resistencia en aprovechar los privilegios que había conquistado o que le habían sido concedidos por la suerte. Imperaba aquella historia de que se muere en la misma clase social en que se nace y que cualquier cambio en ese sentido, aunque para mejor, no era concebible. Era una cuestión práctica en muchos casos, pero también mental.
En ese sentido, cuando algunas personas no se preocupan, se vuelven expertos en encontrarlas y enfocar su atención en ellas.
Sucede lo mismo con los dolores: cuando sentimos un gran dolor, no reparamos en las pequeñas. Hay personas que escudriñan el propio cuerpo constantemente porque creen que no es posible que no haya un problema, por pequeño que sea, un pequeño motivo para abrazar la idea de que sufren de una seria enfermedad, como el cáncer, por ejemplo.
Son personas que se sienten mucho más a gusto en el papel de víctimas , de oprimidas o de saco de golpes que en el papel de vencedoras. Por eso, raramente se ven conmemorando algo: siempre encuentran un motivo, redimensionando o incluso creando un motivo, para no inspirar en los otros otra sensación que no sea la piedad. Para ellas, la piedad es el arma más poderosa para garantizar la compañía. Es su consuelo y ellas no están dispuestas a renunciar a ese sentimiento, por mayores que sean las alegrías en su horizonte.
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Por otro lado, su papel de víctima errante y permanente confiere una justificación válida, a sus ojos (y tratan de hacer lo mismo a los ojos de las otras personas), para no honrar determinados compromisos, además de ser limitadoras de los placeres de la vida.Se esconden detrás de pequeños dolores o de una lucha constante, que se prolonga en el tiempo, para no hacer determinados favores.
¿Cómo puedo preocuparme por los demás si estoy tan mal, si siempre soy yo quien está mal y que tiene los peores y más trágicos problemas? ¿Qué va a suceder si yo ayuda a esa persona y ella se acostumbra a eso?
Miedo. Esta es la sensación. Miedo de la soledad, miedo de no conseguir ser independiente, miedo de decepcionar a los demás, miedo de volver a la tristeza, miedo de lidiar con aspiraciones que ahora parecen ser imposibles y que antes eran sólo un sueño. Miedo de mirar hacia abajo y ver el tamaño de la caída, miedo a mirar hacia arriba y ver cuánto falta para subir. Miedo de encontrarse con un límite, de ser tonto o poco inteligente. Miedo de aprovechar las alegrías de la vida y disfrutar de esa sensación.Todos estos miedos desaparecen, al menos en su mayoría adormecen, cuando no nos movemos mucho, cuando no aprovechamos mucho. Cuando no prejuzamos las alegrías por miedo de que se abra un agujero en el que van a caer, haciendo un ruido muy alto. Los miedos se calman cuando adoptamos una postura conservadora, cuando no creamos expectativas para no decepcionarnos, algo que todos ya hicimos alguna vez para protegernos, incluso defendiendo esa actitud de manera explícita con nuestro discurso ...
... al mismo tiempo que teníamos la sensación de que era una estrategia inteligente para la vida. Pero la vida es caprichosa y, de repente, cambia sus cartas. Todas, en el mismo instante. Adiós, jugada.
Compartir Las alegrías aparecen, sólo pueden aparecer, cuando nos liberamos y nos entregamos a la experiencia.Cuando creemos que, sean cuales sean nuestras cartas, sabremos jugar con ellas y beneficiarse del juego. No se trata de sobrevivir, sino de vivir. Mentalmente es un paso necesario, sino será muy difícil un día asumir que aprovechar las alegrías y lo que es positivo no va a comprometer las riquezas que la vida haya reservado para nosotros.