Cuando los años me pesar y las arrugas marquen mi piel, quiero tener a mi lado personas de mente joven y corazón alegre. Deseo que mis huesos donan de tanto reír a su lado, quiero que mis pies cansados sigan sintiendo ganas de bailar y que no me falte esa compañía que alborente el alma y da esperanza a mis días.
Sabemos que la mayoría de nosotros comparte estos buenos deseos. Sin embargo, hay un aspecto que es muy evidente: envejecer no es agradable. Más allá de la sabiduría adquirida o del equilibrio personal, la vejez es por encima de todo perder: perdemos juventud, salud, energía, e incluso futuro . Es entonces cuando ganamos conciencia de lo que más importa: nuestras relaciones personales.Saber envejecer es la obra maestra de la vida, y una de las cosas más complicadas del difícil arte de vivir.
-Henri Frédéric Amiel-
Llegar a la "tercera juventud" de nuestras vidas con personas excepcionales a nuestro lado es sin duda el bien más apreciado, ese mismo en el que todos deberíamos invertir desde ahora.
Busque gente modesta, personas grandiosas y mágicas de mente joven que ofrezcan vida a sus años, y alegría a cada vela soplada en sus cumpleaños. Personas de mente joven, personas que no envejecen
Tener la mente joven es un privilegio reservado a muy pocas personas.
Tanto es así que existen jóvenes que ya disponen de mentes octogenarias, en las que sus horizontes no se alimentan de nuevas perspectivas, y donde no dejan espacio para la espontaneidad, la curiosidad o la pasión por la vida. Este tipo de perfil no es nada útil cuando debemos escalar este último escalón de la vida que es la vejez
. Es entonces cuando necesitamos mucha más fuerza, más energía y optimismo para aplacar el dolor físico de esos huesos que duelen, de esa pérdida, tal vez, de nuestro propio cónyuge, de esa tristeza que a veces se adhiere sin saber por qué, cuando la existencia pesa demasiado .Un corazón alegre y una mente joven se transforman en los mejores aliados para ver con más claridad a partir de la cima de esa montaña que es la madurez personal. Porque el envejecer es, por encima de todo, el arte de seguir alimentando esperanzas, y eso es lo que nos ofrecen a las personas que tienen ese brillo tan especial en su mirada. Es la luz de un corazón que sufrió y se curó a sí mismo, que entiende que cada día es una nueva oportunidad para ser feliz, teniendo veinte, cincuenta o setenta y nueve años de edad.
A mi lado, sólo quiero los mejores Según una interesante investigación publicada en la revista "Current Biology"
, los humanos y los monos se parecen en muchos comportamientos, más de lo que pensamos. Uno que es realmente especial es lo que desarrollamos a medida que nos volvemos más viejos: ser de primordialmente selectivos en cuanto a nuestras amistades.
Es evidente que esto es una cosa que muchos ya practicamos sin necesariamente haber atravesado el portal de los sesenta. Sin embargo, es como si la vida de muchos primates tuviera la necesidad vital de buscar el apoyo y la compañía cotidiana de aquellos miembros más significativos, bien cuando la cuota de la vida comienza a restringirse.
Durante un tiempo, esto se explicaba por un simple - pero erróneo - pensamiento: lo que dice que al envejecer, tenemos menos recursos y menos energía, y no queriendo correr riesgos, enfocamos en lo que tenemos más cerca. Actualmente, ya es evidente que eso no es así. En realidad, tanto los monos como los seres humanos aplican una ley básica: es necesario estar rodeado de personas especiales y pasar el tiempo con calidad.Durante la juventud no aplicamos ese filtro de selección : nos agarramos a la primera cosa que encontramos, sean amores o amistades. Sin embargo, el aprendizaje que obtenemos de estas vivencias es lo que poco a poco va guiando nuestra propia brújula para finalmente decirnos lo que se adecua a nosotros mismos y lo que no.
Cuando la gente llega a la madurez avanzada, continúan existiendo la voluntad y la energía para conocer nuevas personas, para relacionarse.
Sin embargo, somos primorosamente selectivos. Cualquier cosa ya no sirve. Laura Ameling, científica del "Centro Alemán de Primates", descubrió que los monos más ancianos se juntaban con unos pocos miembros de su grupo (sin importar si éstos eran más jóvenes), rechazando a los demás. Durante la mayor parte del tiempo, se dedicaban a socializar en estos pequeños grupos, cuidándose unos de otros, acariciándose y sacando los piojos. Buscaban, por encima de todo, relaciones enriquecedor en sus últimos años de vida. Lo mismo sucede con el ser humano. No sirve lo que está más cerca, el de cada día.
Para llegar a la vejez de la mejor manera, lo ideal es tener a nuestro lado personas de mente joven, seres valerosos, llenos de luz y vida que sigan animándonos a aprender, a aprovechar, a enfrentar la dureza de las enfermedades o de las posibles pérdidas . Porque aunque el paso de los años es inevitable, dejar envejecer la mente y el ánimo es una opción que no deberíamos permitir.