No hay quien nunca haya imaginado una forma de vengarse de quien ha planteado alguna, para que la persona sufra en la piel lo que causó. Llegamos hasta desearle el mal por un tiempo, porque somos humanos y eso es lo que, en un primer momento, el dolor de la decepción hace con nosotros.
Cuando nos traicionan, cuando nos dicen barbaridades injustas, cuando nos rechazan, cuando juegan con nuestros sentimientos, en fin, cada vez que alguien de quien nos gusta actúa de manera vil con nosotros, sentimos un dolor inmenso y, al mismo tiempo, empezamos a pensar en alguna forma de lastimar de nuevo.Queremos que la persona sufra, así como nosotros estamos sufriendo. Afortunadamente, la mayoría de las veces, tales planes se quedan sólo en la teoría, porque muchos de nosotros acabamos percibiendo que de nada haría mal a quien nos lastimó, porque estaríamos, incluso, haciéndonos exactamente igual a lo que tanto repudiamos. Estaríamos rebajando al nivel bajo de quien no es, ni nunca será, feliz de hecho.
Y eso no podemos permitirnos. Una vez u otra, tal vez no consigamos contarnos y entonces devolveremos alguna maldad en la dirección de quien nos lastimó, pues no somos de hierro. Sin embargo, lo que más irritará a quien nos ha herido siempre será nuestra indiferencia, al menos aparente, porque las personas malvadas se alimentan de la rabia y la tristeza de los demás, así que no seamos fuente de placer para ese tipo de gente. La mejor actitud a ser tomada, en esos casos, como se ve, será no demostrar nada
, ignorando el desafecto de una vez por todas, aunque, íntimamente, el alma esté quebrada. De esta forma, le ofrecemos lo contrario de lo que esperaba y, por eso mismo, la rabia, poco a poco, saldrá de la gente y permanecerá dentro de él. Porque eso es lo que los malvados merecen: exilio emocional, para que, quizá, puedan reflexionar sobre los daños que causan por ahí - lo que se es de dudar. Dejemos la vida cuidar de cada uno, pues en eso es incomparable.