Casi nadie habla de Dick y Rick Hoyt como si fueran dos individuos separados. Cuando se refieren a ellos, la mayoría de las veces simplemente dicen: los Hoyt. Dick es el padre y Rick es el hijo. Los dos formaron un equipo tan maravilloso que se convirtieron en un ejemplo para miles de personas en todo el mundo.
Todo comenzó en Winchister, en los Estados Unidos, hace casi cinco décadas. El padre y la madre Hoyt iban a tener su primogénito y lo esperaban con impaciencia. Sin embargo, lo que sería el momento más feliz de sus vidas se transformó en una pesadilla. El bebé pasó por problemas al nacer. Durante el parto, el cordón umbilical se enrolló alrededor del cuello del pequeño e impidió que el oxígeno llegase normalmente a su cerebro.
"A veces la gente me mira. Espero que sea porque soy muy bonito. "
-Rick Hoyt-
La consecuencia de todo esto fue que el pequeño sufrió una lesión cerebral que no pudo ser revertida. A continuación, se le diagnosticó con parálisis cerebral. Los médicos indicaron que Rick Hoyt, el recién nacido, nunca sería capaz de hablar ni controlar los movimientos de sus extremidades.
Tiempos difíciles para Dick y Rick Hoyt
Cuando el pequeño Rick Hoyt tenía sólo nueve meses, los médicos se reunieron con la familia. Ellos dijeron que sería mejor internar al bebé en una institución especializada. Para ellos, sería un peso, pues el bebé estaba condenado a vivir prácticamente como un vegetal. Sin embargo, después de pensar mucho y de una infinidad de días de llanto, los padres decidieron quedarse con el bebé. Además, también decidieron que en la medida de sus posibilidades lo educar como un niño normal.
Durante 11 años, el padre y la madre Hoyt proporcionaron todo su amor y sus cuidados al pequeño Rick. Así como los médicos habían dicho, parecía no responder a ningún estímulo del ambiente. Sin embargo, un día percibieron que el niño los seguía con la mirada hacia donde fueran. Ellos creyeron que él también entendía mucho de lo que decían. Este pequeño gesto los llenó de optimismo. Así, decidieron buscar el departamento de ingeniería de la Universidad Tufts, en Massachusetts, Estados Unidos.
Ellos querían saber si existía algún aparato o algún medio para conseguir comunicarse con el chico. Los expertos les dijeron que no , pues el chico no tenía actividad cerebral. Los padres pidieron que contara una broma, y cuando lo hicieron, Rick empezó a reír.Un nuevo camino de esperanza
Los ingenieros quedaron impresionados por la reacción. Así,
definieron la tarea de crear un sistema para que él pudiera comunicarse por medio de un pequeño movimiento con la cabeza. Un año después todo estaba listo. Todos esperaban ansiosos por las primeras palabras de Rick. Para sorpresa de todos, esas palabras fueron: "Vamos Bruins!". Se refería a un equipo de hockey local. Comenzó entonces una nueva fase para los Hoyt.
Todos estaban encantados de poder comunicarse con Rick. Se quedaron más fascinados aún cuando notaron que el niño era muy activo y sensible. Él quería participar de todo. Un día, uno de los profesores de la escuela se quedó paralítico. Entonces se organizó una carrera para recaudar fondos para su tratamiento. Rick dijo que quería participar. Él necesitaba ayudar a esa persona que estaba pasando por tal situación. El milagro de los Hoyt El padre aceptó correr con su hijo en la disputa. El niño iba en una silla de ruedas y Dick lo empujaba. El desafío era complicado y difícil. La exigencia era elevada y parecía imposible eludir los obstáculos del camino. Sin embargo,
el único objetivo era no llegar en último. Ellos conseguiran.
Cuando cruzaron la línea de llegada, Rick estaba con una gran sonrisa en los labios. Más tarde, Rick le dijo a su padre una cosa de la que jamás se olvidaría. La frase fue: "Compitiendo sentí que mi incapacidad había desaparecido". Él quería volver a sentir esa sensación de cruzar la línea de llegada muchas veces. En 1979, Rick y Dick, el equipo Hoyt, compitieron en el maratón de Boston.
Algunos años después, decidieron probar el triatlón. Sólo había un problema: el padre no sabía nadar. ¿La solución? Aprender. Con casi 50 años de edad, Dick aprendió a nadar para poder competir con su hijo. Esta vez, él lo empujó en un bote para completar competencia en el agua. Nada dejó a Rick más feliz que participar en esta nueva competición. Siempre que cruza la línea de llegada, incluso en las últimas posiciones, está con una enorme sonrisa en la cara. Hasta hoy, los Hoyt ya participaron en 66 maratones diferentes y ya completaron otras 975 pruebas. Rick se graduó en la Universidad de Boston. El muchacho ama a su padre tanto como el padre lo ama.
Es un chico alegre, que le gusta hacer bromas. Actualmente vive solo y se declara un hombre feliz.