La mayoría de nosotros quiere mantener juntos las cosas, las personas y las situaciones que ya forman parte de nuestras vidas, porque eso transmite una cierta sensación de seguridad. Pero en el anhelo de intentar controlar el mundo a nuestro alrededor,
acabamos muchas veces olvidando reflexionar sobre la real necesidad de todo lo que queremos cerca de nosotros. Nos cuesta enfrentarnos a la quiebra de los paradigmas, la sacudida de nuestras certezas, la confrontación con lo que viene de nuestras verdades.
Preferimos, en la mayoría de las veces, confinar nuestras vidas dentro de los límites de nuestra zona de confort, desde donde parecemos tener el control de todo, donde tenemos la falsa sensación de serenidad, una vez que la vida clama por cambios y ellas vendrán , queramos o no. Instalados cómodamente sobre nuestras frágiles certezas absolutas,nos volvemos insensibles a lo que mantenemos juntos sin razón alguna, al que nos emperra el caminar, al que nos disminuye y no suma nada, sólo sustrae. Al final, es más fácil cerrar los ojos a las molestias que cargamos, a los trancos y barrancos, que tomar la iniciativa de librarnos de lo que parece seguro, pero en realidad es frágil, nocivo y vacío de significancia. Y así vamos tragando a la compañía vacía del compañero que ni nos percibe más como gente
, vamos a llorar escondido por toda la humillación sufrida en el empleo, vamos alimentando la falsa esperanza de que aquel amigo ausente todavía va a sentir nuestra falta, vamos llenando nuestras noches mediocres con golosinas y enlatados televisivos. Vamos, en fin, sin ir a ninguna parte, sin vivir lo que y como merecemos. Jamás, sin embargo, deberíamos acomodarnos con lo que tenemos pasivamente, sin reflexionar continuamente sobre el verdadero valor de las cosas y de las personas que aparentemente ya forman parte de nuestro vivir. Es preciso discernimiento y coraje para que podamos volcar la página, tomar la iniciativa de romper con todo y con todos los que no nos añaden, no nos enriquecen, no nos hacen bien, no nos aman de vuelta.
Cada nuevo día, después de todo, podemos reencontrarnos con la posibilidad de ser felices, dependiendo tan sólo de nosotros mismos partir en busca de nuestros sueños, preferentemente despediéndonos de los pesos inútiles que entorpecen las sonrisas que tenemos el derecho de estampar en nuestros rostros. Porque sonreír con verdad y con amor es y siempre será nuestro más precioso combustible de vida.