Hasta poco tiempo, el fin de las relaciones amorosas se limitaba a un adiós de puerta. Sin cambio de pila. Sin escándalos. Un silencio contemplativo acompañaba la silueta del ex amor que desaparecía lentamente en la esquina de la calle. No había peleas ni alardes. Se comprendía que el término señalaba el inicio de otras experiencias y cada uno seguía su rumbo sin mirar hacia atrás. Comportamientos que fueron, desastrosamente, sustituidos por una serie de actitudes vergonzosas.
Hoy es común que el fin del amor y de la convivencia no signifique el esperado desenlace cordial ─ algunas relaciones continúan proliferando en las redes sociales en un infinito circo vejatorio. Una de las partes, o las dos, insisten en el intercambio de insultos. Los botones explosivos e indirectos ofensivos impiden que la relación se apague automáticamente.
Perder el interés en la relación y demostrar que no hay como resucitar el vigor de los sentimientos no es incorrecto. La conversación sobre el fin debe ser clara, objetiva y sin medias verdades. Habrá resentimientos si el otro no se convence de que no hay como sostener lo que ya se ha derrumbado. La libertad de partir dejando los hechos esclarecidos es una actitud de respeto mutuo, donde se decide preservar el aprecio que había antes. Pero en algunos casos, es sólo para la bajada, la activación del código de enemistad eterna.
No hay diálogo que dé forma cuando la situación sale del control, o mejor, cuando la conversación no rinde y la grosería toma las riendas extendiéndose más allá de los límites de la privacidad. En este caso, se recomienda no insistir ni intentar conservar ningún tipo de aproximación. ¡La solución es olvidarse!
Si el otro persiste en gritar que va a ligar el "fuck" o recomendar el acceso a lugares degradantes, active el "botón del olvido". Deja que hable solo y vierta la ira en el vacío. El blindaje más sano contra este tipo de comportamiento es la anulación, el alejamiento definitivo.