Tal vez una de nuestras más difíciles decisiones sea la de seleccionar a las personas en quienes podremos confiar, a quienes podremos abrirnos, desnudándonos el alma, en nuestro mejor y nuestro peor. Jamás podremos tener la certeza de que el otro guardará aquello para sí, pues la gente suele sorprendernos, desgraciadamente, no siempre en el buen sentido. Y veo ver nuestras verdades siendo desvirtuadas por ahí, de manera cruel y disimulada. Ciertamente, nuestros padres, o quienes tienen el papel de padre o de madre en nuestras vidas, no usarán contra nosotros lo que les confiemos. Sin embargo, hay ciertas cosas que a muchos es imposible compartir con los padres, pues se trata de algo que, a veces, pueda no ser entendido de la mejor manera por quien tanto nos ama y crea expectativas sobre nosotros. Tememos herir o ser incomprendidos por aquellos de quienes sólo queremos es la aprobación.
De la misma forma, esto se da en relación al socio. Muchas veces es difícil que haya transparencia total e irrestricta entre los socios, ya que ciertos secretos nos dejan desconcertados frente a nuestro amor, incluso si estamos seguros de lo que siente por nosotros. Los hermanos también pueden ser muy confidentes, pero la vida suele llenar a todos con sus propios problemas y nos asustan de llevar un problema más a ellos.
Hecho es que necesitamos a alguien para dividir lo que nos aflige, pues así es como el peso se vuelve menos denso, así es como construimos las complicidades que hacen nuestras tempestades menos aterradoras. El otro nos traerá una mirada diferente de todo, muchas veces menos desesperanzada, precisamente porque él estará analizando las cosas de fuera, exento de una carga emocional extrema, la cual hace todo más nebuloso. Desgraciadamente, el otro puede usar lo que dividimos de una manera que nos lastile. Y la culpa nunca será nuestra. Nunca se culpe por haber confiado en alguien, por haber apostado en la bondad ajena, por haber creído en el mejor de las personas. No se culpe por creer que hay personas capaces de compadecer de los dolores ajenos, por haber pedido ayuda.
Si usas tus sentimientos de la peor manera posible, el error jamás habrá sido tuyo. No acumulamos más peso a nuestras vidas por lo que no hicimos. No tomamos para nosotros los errores de los demás. Esto nos ayudará y mucho, para que podamos calmar nuestro corazón por los barrancos - que son recurrentes - de esta vida.