Educar no es una tarea fácil. De hecho, es un camino cierto de continuos desafíos y descubrimientos. Tal vez usted no sea madre o padre, pero ciertamente ya tuvo la oportunidad de pasar un tiempo con un niño. ¡Cómo son elegantes! ¡Cómo saben que nos volvemos del revés! No han ido a la universidad todavía, ni tienen años de experiencia en grandes empresas, pero a menudo saben lo que quieren y son capaces de usar toda su energía para alcanzar ese propósito. Simple, pero eficaz.Su es un camino de aprendizaje vertiginoso en el que no dejan de experimentar. Caen y se levantan. Experimentan de una manera y si no, de otra manera. En estas pruebas muchas veces adoptan comportamientos que necesitamos corregir, y aquí es donde la educación requiere inteligencia y sutileza.
Después de un día de trabajo intenso y de cuidar de otras obligaciones, obviamente no les vamos a ganar en energía. Por eso, no queda otra opción que la astucia. Educar con castigosLos castigos forman parte de la educación tradicional y podemos hablar de ellos en sus variadas formas.
Los más rápidos y socialmente aceptados hasta hace algunos años eran los tapas, chineladas o cintadas. De esta forma los padres procuraban que sus hijos guardasen en su memoria la conducta que habían realizado junto con el dolor que ella había causado, de forma asociada.
Otra forma de castigo es la que se da cuando después de una conducta inadecuada, retiramos del niño un determinado privilegio. Algo que le guste, sea ver la televisión, salir a jugar, su comida favorita o uno de los juguetes que más le gustan.Aunque existen otras,
la última forma de castigo que vamos a apuntar es la que obliga al niño a realizar una actividad que no le gusta mucho.
Puede ser arreglar su habitación, aumentar el tiempo de estudio o el número de horas dedicadas a una determinada actividad extracurricular que, si fuera por ella, inmediatamente sacaría de su rutina. Comenzamos el artículo diciendo que el educar no es una tarea simple. Pues bien, castigar de la forma correcta y en el tiempo cierto requiere más inteligencia que la tapa inmediata.
Un castigo es bueno cuando es una consecuencia anunciada de una acción, cuando es proporcional a tal falta, cuando no se demora en aplicarlo, cuando es consistentemente aplicado por las personas responsables del niño y sirve como reparación eficaz del posible daño que causó. Sin embargo, los castigos presentan dos grandes problemas. El primero tiene que ver con el hecho de que normalmente la autoridad necesita mandar ese castigo y vigilar para que sea cumplido.
Es decir, corre el riesgo de que el niño haga una determinada acción que entendemos como "castigable" pero no hay conocimiento de lo ocurrido. Entonces, no aplicaremos el castigo y el niño entenderá que lo que ella necesita hacer es proceder a las escondidas, y no abandonar la conducta. El segundo problema tiene que ver con el hecho de que los castigos no enseñan mucho de hecho. Apuntan lo que está mal, pero no dicen cuál es la conducta que debería sustituir a la que queremos corregir. Por lo tanto, puede ser sustituida por una conducta aún más inadecuada. Supongamos que castigamos a un niño por insultar para llamar la atención. Si la castigamos, ella puede sustituir esa conducta por golpear y no habremos ganado nada.
Educar con reconocimiento ¿Qué traen los premios y el reconocimiento? Alegría! ¿Qué bella emoción, no es así? Aunque sólo fuera por eso, deberíamos educar con premios y reconocimiento. Hace poco leí un artículo que hablaba de la pluma azul y de su poder. Denunciaba una cosa que los profesores hacen sistemáticamente, pero que puede ser aplicada por los padres aunque no corrijan pruebas. Normalmente se abusa de la pluma roja (correcciones) y se hace poco uso de la pluma azul (apuntar elementos positivos).
Utilizar el lápiz azul significa apuntar lo que es correcto. Significa reconocer, estimular, motivar al niño para que repita esa conducta o para que continúe en esa dirección. ¡Cómo es difícil corregir con el bolígrafo azul!
Compartir La pluma azul es mágica por el poder que tiene sobre el estado de ánimo de la persona que educa con su tinta. El mundo está lleno de padres que miran las fallas, y dejan de lado las aprobaciones porque las consideran normales. No perciben que cuando hacen de los aprobados personas extraordinarias, las estimulan.
De hecho, muchas veces corregimos a nuestros pequeños porque nos incomodan. No haga ruido, no sople el canudo, no salte en la cama, no se sujeta porque tengo que limpiar. En la misma, en el fondo habita un mensaje claro: niño, no me incomode. Incluso en nuestra obstinación por la calma, podemos llegar a castigar la alegría que extrapola.Sin embargo, cuando el niño está leyendo, cuando está jugando tranquilamente con la masilla o viendo atentamente el programa de televisión que nos gusta, no le decimos nada.
Nuestra forma de decir que su conducta nos agrada es la ausencia de corrección. ¡Qué triste! ¿No es lo mismo?
No hablamos de comprar un regalo o de dejar que quede en el parque cinco minutos más; estamos hablando del mejor premio del mundo para un niño. Que sus padres le digan que hace una determinada cosa muy bien, que se acerquen detrás y le den un abrazo o que se unan a su lectura o su juego. ¿Existe un premio mejor que ese reconocimiento para un niño?