Nadie está obligado a quedarse junto a quien no ama más, ni nadie merece mantener una relación fracasada por cuenta de apariencias y por tener que rendir cuentas a la sociedad. Es imposible ser y hacer a alguien feliz cuando se permanece donde el amor no existe. Siendo así, cuando se opta por permanecer y permanecer juntos, hay necesidad de amar en palabras, actitudes, miradas y gestos. Amar con verdad y reciprocidad, que hace que todo sea aún más agradable y hermoso.
Desafortunadamente, muchas veces, en nombre de los hijos, ciertas personas continúan arrastrando un matrimonio que ya terminó , suponiendo que la separación traería muchos daños a quienes están involucrados directamente. No es raro, por miedo a que los hijos sufran mucho, por ejemplo, hay personas que no logran liberarse de una relación que nada les provoca más allá de dolor, tristeza y desesperanza. Escogen no vivir, porque así calman su sentimiento de culpa por haber fracasado en el amor. Sin embargo, si mantenemos un matrimonio fallido, a costa de nuestras sonrisas y brillo en la mirada, será imposible lograr disfrazar nuestra infelicidad a quien sea, principalmente a los hijos.Encontrar que no percibir la realidad de lo que pasa con los padres significa subestimar el mínimo de sentido común e inteligencia. Los hijos son fuertes y capaces de entender nuestras elecciones, por más que demore, pues quieren también la felicidad de los padres.
Sí, es innegable que preferimos ver a nuestros padres juntos, pero juntos y felices. El hogar es donde reposamos nuestros miedos, donde descansamos nuestras tempestades, donde reposamos nuestras energías. Nada mejor que tener un hogar para volver al final del día, donde el amor se instale de manera natural y verdadera. Nuestros padres son ejemplos para nosotros y verlos juntos de hecho nos hace creer en la magia del amor, en la curación y en el alivio que ese sentimiento lleva en sus dominios. Sin embargo, este ejemplo también puede ser dado cuando los padres se muestran lo suficientemente valientes para percibir que ya no podrán vivir juntos y que tendrán que separarse. Un rompimiento maduro y consciente, después de todo, transmite a los hijos lecciones importantes, como la necesidad de buscar incansablemente la propia felicidad, porque, sin ella, nadie conseguirá mantenerse entero, y la capacidad del ser humano recomenzar, mientras haya un mañana. Porque el amar también puede significar dejar el otro ir, para ser feliz, aunque allí lejos.
Esto implica amor, sí, principalmente el propio. De la misma forma que el amor de los padres juntos es benéfico, todo lo que ese amor ha construido y el respeto entre padre y madre, aunque se separen, siempre será un ejemplo de vida a los hijos. El amor es el ejemplo, pero amor con verdad y respeto, amor que respeta el espacio del otro, amor que le importa, amor que da frutos. Incluso el cariño que queda cuando el amor acaba, pero permanece dentro de cada uno, como recuerdo de que jamás deberemos desistir de amar. * El título de este artículo es una cita atribuida a J. Kemp.