La flor más bella de todas es la sinceridad

Las personas que practican la sinceridad son francas, son genuinas y disfrutan de la felicidad que resulta de la coherencia entre los pensamientos y las acciones. En ellas no hay nada simulado, sólo una claridad de mente y de corazón donde la verdad siempre tiene las riendas, y donde la humildad es el viento que guía e impulsa las velas de su conciencia. Quien escoja vivir en este escenario de autenticidad emocional y psicológica sabe que tendrá que pagar un precio. El primer cobro es evidente: la sinceridad siempre es franca, y esa franqueza trae más de un efecto colateral en aquellos que no están acostumbrados a una lengua sin pelos ya un corazón que detesta la mentira.

"El que no se atreve a la verdad no puede ser sincero." - Thomas Paine- La segunda cobranza, y quizás la menos conocida, es la que hace referencia a nuestro mundo interior.

Ser sincero requiere explorar a sí mismo para comprender las propias limitaciones y entrar en contacto con aquel canto privado donde se esconde nuestra vulnerabilidad. Todos tenemos defectos, agujeros negros y áreas hipersensibles. La persona sincera es muy consciente de ello. Por otro lado, no podemos olvidar que esta dimensión psicológica es también un valor social importante.
Además de encararla como una herramienta imprescindible y al mismo tiempo valiosa para nuestro crecimiento personal, es también un motor capaz de dinamizar nuestro bienestar como individuos dentro de un contexto social.

Todos merecemos un salario justo, un trabajo basado en la sinceridad, e incluso una clase política arraigada al mismo principio. Entonces, teniendo en cuenta que los grandes cambios ocurren por las pequeñas chasquidas, deberíamos hacer uso, nosotros mismos, de este valor en nuestros propios universos personales. Vale la pena. Las personas sinceras son "psiconautas"

Los astronautas, como sabemos, explotan los confines del espacio, son descubridores de otros mundos y curiosos inveterados por todo aquello que se abre más allá de nuestro pequeño y precioso planeta azul. Entonces, en el lado opuesto, están los "psiconautas". Son personas que se profundizan con coraje y elegante habilidad en los caminos interiores, íntimos y al mismo tiempo complejosque son sus universos emocionales y sus constelaciones psicológicas.

"Prefiero molestar con mi sinceridad que agradar con mi hipocresía." Compartir Las personas sinceras son más felices porque higienizaron muchos de esos abismos personales donde antes reina la indecisión y el miedo voraz que las hacía cautivas de medias verdades o de mentiras enteras.

Son perfiles que han aprendido también a ser críticos consigo mismos, que toleran sus defectos sin autocastigar, que oyen al capitán interior que los impulsa a ser un poco mejores cada día y en cada momento.

Nadie puede ser sincero con el vecino si primero no lo es consigo mismo. Ninguno de nosotros puede apuntar el cisco en el ojo ajeno si primero no barrer nuestros propios hogares. Todo esto explica por qué, como revelan las investigaciones, las personas que practican la sinceridad disfrutan de mejor salud y de un sentimiento de felicidad y bienestar más verdadero. La clave, sin duda, está en ese ejercicio de autoconocimiento.Ser honesto consigo mismo implica a menudo ser como un guerrero espiritual que revela cómo nos encontramos en nuestro propio momento presente. Esto nos revela nuestras propias impotencias y nuestras áreas desprotegidas, nuestras penumbras, pero a su vez nos guía para la curación y para permitir que así tengamos una visión más completa y fuerte de nosotros mismos. Entonces, seguiremos caminando con la verdad adelante, pero también con la humildad.

La historia de la flor de la sinceridadEn el libro "

Historias de Luz y Sabiduría ", de Pedro Alonso, se encuentra un pequeño relato de singular belleza que nos deja una enseñanza maravillosa acerca de la sinceridad.La historia tiene sus raíces en la antigua China, allá por el año 250 a. C. El protagonista es un joven príncipe de la región norte, que para ser emperador necesita casarse.

Así decía la ley, y para encontrar entre todas las mujeres solteras a que sería la mejor para él, ideó una pequeña prueba de gran astucia. "Ningún legado es tan rico como el de la sinceridad."

-William Shakespeare- La corte declaró un día en todas aquellas muchachas que deseaban casarse con el príncipe debían presentarse al palacio.

Entre todas ellas, había una que amaba secretamente al aspirante a emperador. Sin embargo, era consciente de que le faltaba gracia, no tenía riqueza y mucho menos belleza. Su madre había intentado sacarla de la cabeza semejante idea, pero dado que su corazón estaba decidido y su actitud era valiente, no dudó en presentarse el día establecido.

Una vez que todas las jóvenes estaban en el patio del palacio,el príncipe pasó depositando una semilla en la palma de las manos de cada una de ellas.Les dije que volvieran para encontrarse de allí a 6 meses.

Aquella que traía la flor más bella, se convertiría en su esposa. Nuestra joven protagonista volvió contenta a su casa. Ella era una excelente jardinera, todo lo que tocaba con sus manos florecía de forma espectacular. Sin embargo, a medida que pasaban las semanas y los meses, nada brotaba de la tierra. Su madre nuevamente le recomendó que olvidara al príncipe, sin embargo, ella se decía a sí misma que volviendo de manos vacías y sin flor, se presentaría nuevamente al encuentro ... Aunque fuera para ver una vez más al hombre que amaba.

Cuando pasaron los 6 meses y las jóvenes se reunieron en el palacio, todas ellas llevaban en las manos flores bellísimas
, perfectas y espectaculares.

¿Cómo lo habían hecho? La joven lloraba en silencio mientras miraba al príncipe dando atención y analizando cada una de esas flores. Hasta que llegó a ella y la cogió suavemente de la mano. "Me casar con esta mujer", dijo en voz alta, feliz. La joven no tenía palabras, y cuando las demás mozas preguntaron por qué, él fue firme en sus palabras. "Todas las semillas que les di eran estériles. Sólo esta joven me trajo la flor más bella: la de la SINCERIDAD.

Para concluir, así como esta bella historia nos muestra, ser sincero en la verdad corresponde a un gesto de integridad, de coraje y de madurez personal. Todas estas son virtudes que necesitamos hacer germinar con dedicación en nuestro día a día.