Siempre estamos repitiendo que somos libres, hacemos lo que queremos, vamos a donde queremos ir, y así sucesivamente. Después de todo, vivimos en otros tiempos donde ejercitamos nuestros derechos de elección, el derecho de ir y venir. Esta realidad puede no existir para todos, pero es verdadera para la mayoría. Si puedo, voy a hacer o tener lo que deseo, y todo está bien. Pero, ¿hasta dónde esa libertad de elección no te convierte en un esclavo (a)? ¿Hasta qué punto no te hace creer que hay que tener o hacer para ser, y te lleva a otro modelo de éxito y felicidad fabricada? Atropelamos diariamente, exigiendo mil acciones, como si fuéramos robots programados para probar que somos capaces, no para nosotros, sino para los modelos que nos intiman a ser.
Nos obsesionamos de cosas para usar, comprar, que ni sabemos por qué hacemos, sin importar si excede el presupuesto, pero lo hacemos. Después nos sumergimos en un mar de angustias para remediar problemas que no necesitaban existir. Sin darse cuenta, nos volvemos esclavos de nuestras propias acciones, a veces impensadas. Nos imponemos esclavos de miedos, de consumos desmedidos, de perfecciones, de nuestro ego, de servilismo a las ideas que no son nuestras, y así nos azotan con cobranzas, sentimientos de incapacidades, culpas y frustraciones. Si no tenemos el dominio sobre nosotros, de actuar y pensar dentro de lo que nos trae equilibrio, no dejándonos llevar por los cobranzas y apariencias, estamos engañando con el "soy libre" y volviéndonos esclavos de nosotros mismos.
Y como presente generamos en nuestra mente la ansiedad y la depresión, dejándonos esclavizar por cosas que no traen la satisfacción que queríamos. Entonces, la esclavitud no va a estar fuera, sino dentro de nosotros con pensamientos y sentimientos distantes de lo que nos hace bien de hecho.
Hannah Arendt, filósofa alemana, en el pasaje del libro 'Condición Humana' dice: "La suposición de que la identidad de una persona trasciende en grandeza e importancia todo lo que ella puede hacer o producir es un elemento indispensable de la dignidad humana. Si le quedan algo más que mera vanidad estúpida, notará que ser esclavo y prisionero de sí mismo es tan o más amargo y humillante que ser esclavo de otro.