No tengo tiempo para odiar a quien me odia, prefiero amar a quien me ama

Quien invierte gran parte de su tiempo alimentando sentimientos negativos contra quien el odio se olvida de algo mucho más importante: de amar a aquellos que lo aman de verdad. El odio y el rencor son dos enemigos fuertes y persistentes que suelen crear raíces muy profundas en muchas mentes. Porque en realidad son trampas en que nosotros mismos acabamos quedando atrapados por esas emociones tan negativas y tan autodestructivas. A menudo, suelen decir que "el odio es lo contrario del amor" cuando, en realidad, eso no es completamente cierto.Odiar es un ejercicio privado, pero abierto a los demás en que se entrelazan diferentes emociones: desde la ira, pasando por la humillación, hasta la aversión. Estamos ante un instinto muy primitivo que, por su fuerza e impacto en nuestro cerebro, puede hacer que dejemos de priorizar lo que realmente es importante, como nuestro propio equilibrio o las personas que amamos.

No tengo tiempo para chatear o rencores, aún menos para odiar a quien me odia, porque el odio es la muerte de la inteligencia y estoy muy ocupado aquí, amando a los que me aman. Compartir Tanto Aristóteles como Sigmund Freud definieron el odio como un estado donde el sentimiento de violencia y aniquilación suelen estar presentes. Martin Luther King, por su parte, habló de esa emoción como una noche sin estrellas, algo tan oscuro en que el ser humano pierde, sin duda, toda su razón de ser, su esencia. Está claro que estamos ante la parte más peligrosa del ser humano, y por eso le invitamos a reflexionar sobre este tema.

El odio no es ciego, siempre tiene una razónEl odio no es ciego, tiene siempre un foco muy concreto, una víctima, un colectivo o incluso algunos valores

que no son compartidos y ante los cuales alguien reacciona. Carl Gustav Jung, por ejemplo, hablaba en sus teorías sobre un concepto que no deja de ser interesante: él lo llamó la sombra del odio o la cara oculta del odio. Según esta teoría, muchas personas llegan a depreciar otras porque ven a esas personas con ciertas virtudes que, en sí mismo, son carencias . Un ejemplo sería el hombre que no soporta que su mujer triunfe en el campo de trabajo o el compañero de trabajo que nutre sentimientos de odio y depreciación por otro cuando, en realidad, lo que existe en las profundidades de su ser es la envidia.

Con eso, podemos ver claramente que el odio nunca es ciego, sino que responde a razones que para nosotros son válidas.

Otra muestra de esto puede ser vista en el interesante estudio "Anatomía del odio cotidiano", publicado en 2014 en la revista estadounidense Association for Psychological Science. El estudio intentó revelar cuáles eran los odios más comunes del ser humano y en qué edad pasamos por ese sentimiento por primera vez. El primer dato relevante es que el odio más intenso es generado casi siempre por personas que están muy cerca de nosotros.

La mayoría de los encuestados declaró que, a lo largo de sus vidas, había odiado con intensidad algo o alguien 4 o 5 veces. El odio se concentra casi siempre en familiares o compañeros de trabajo.Los niños suelen experimentar el sentimiento de odio a los 12 años.

El odio apareció en ese estudio como algo muy personal. Una persona despreciaba a un político, un personaje o un determinado modo de pensar, pero el odio auténtico, el más real, solía proyectarse casi siempre en personas muy concretas , de los círculos más íntimos de relación. Odiar es la muerte del pensamiento y de la libertad

Ya había dicho Buda, lo que te da rabia te domina. Lo que despierta en nosotros el odio o el rencor nos hace rehenes de una emoción que, creemos o no, se expande con la misma intensidad y negatividad de lo que sentimos. Pensamos en un padre de familia que llega en casa cargado de rencor por sus jefes y que día y noche comenta con su esposa y sus hijos todo su desprecio y su aversión. Todas estas palabras y ese modelo de conducta son absorbidos de forma directa por los demás.

  • En un mundo lleno de odio, debemos atrevernos a perdonar ya tener esperanzas. En un mundo habitado por el odio y la desesperanza, debemos atrevernos a soñar.
  • Compartir
  • También sabemos que no es tan fácil borrar el fuego de la rabia en nuestro cerebro. Parece que dar el perdón para quien nos ha hecho algún daño o nos ha humillado es una señal de debilidad, pero nadie merece una existencia dominada por la rabia. Sobre todo si así descuidamos lo más esencial: permitirnos ser felices y vivir en libertad.

Vale la pena entonces reflexionar sobre las siguientes dimensiones.

Cómo liberarse de las trampas del odio El odio tiene un circuito cerebral muy concreto que se adentra en las áreas responsables de la toma de decisión y la responsabilidad

, alojándose en la corteza frontal. Así como hablamos al principio, el odio no es ciego, por lo que podemos racionalizar y controlar estos pensamientos.Desapegue de ese rencor hablando con la persona responsable y explicando el porqué de su malestar

y de su dolor de forma asertiva, pero respetuosa. Coloca tus emociones en palabras, teniendo bien claro que, muy posiblemente, la otra parte no te entienda y no comparte tu opinión. Después de ese desapego y de haber dejado clara su posición, coloque un punto final, un adiós. Se libere de ese vínculo de incomodidad mediante el perdón siempre que sea posible, para que de ese modo el círculo se cierre con usted fuera de él.Acepte la imperfección, las discordancias, el pensamiento opuesto al suyo.

No deje que nada perturbe su calma, su identidad y aún menos su autoestima.

Borre el ruido mental y la voz del rencor y encienda la luz de emociones más enriquecedoras y positivas. Valera la pena: el amor de los suyos y la pasión por lo que te hace feliz y te identifica traerá mucha más alegría.

Es un ejercicio fácil que deberíamos practicar cada día: el desprendimiento absoluto de los odios y rencores.Compartir