Me gusta la gente así, humildes de corazón, de sonrisa travieso y corazón amable que me sorprenden todos los días con sus acciones. Son personas que hablan y cumplen, que no se jacta, que no entienden de egos exaltados o de falsedades camufladas. Adoro a esas personas mágicas camufladas de normales.¿Y quién no adoraría? Sin embargo, sabemos bien que ese tipo de personalidad puede ser contado en los dedos de una mano.
Vivimos en una sociedad individualista y cada vez más orientada al exterior, por lo que son comunes ciertos comportamientos exhibicionistas y excesos, en los que la dependencia de ser admirado casi en todos los momentos agota y sofoca. "Si las personas son buenas sólo porque temen el castigo y esperan una recompensa, entonces somos un grupo lamentable."-Albert Einstein-Paul-Claude Racamier, célebre psicoanalista francés, acuñó hace varios años el término "perverso narcisista".
Sería sin duda la versión más extrema de este perfil. Son personas que viven no sólo enfocadas en su propia infalibilidad y perfección, sino que además ejercen un acoso moral persistente para humillar a los demás y engrandecer aún más a sí mismos. Vivir sujetos a este tipo de dinámica acaba por destruir nuestra salud mental.
Es necesario transformar nuestras relaciones cotidianas. Tenemos que encontrarlas, ir contra esas personas que no enfocan sus vidas en la galería, pero en este lugar secreto y privilegiado donde la persona se comprende, encaja con sabiduría y respeta a los demás.Las personas que se jacta y las personas que nos reconfortan
Un rasgo común del narcisista crónico es su tendencia a hacer promesas y castillos en el aire que más tarde no cumple. Son viciados en usar el pronombre personal "yo" al principio de cada frase, hacen de granos de arena catedrales regias y se lanzan como arrogantes arquitectos de sus universos todopoderosos. Ellos lo saben todo, lo vieron todo y lo probaron todo, y si no lo tienen, inventan que sí para seguir el glamour.
El más curioso de este tipo de personalidad es que las identificamos casi instantáneamente.
Las mentiras tienen piernas cortas, y la vanidad tiene los ojos muy saltados. Sin embargo, a veces, incluso viendo de lejos sus múltiples carencias y el vacío de su corazón lleno de telarañas, no es tan fácil defendernos. No es fácil convivir con un narcisista crónico si esa figura es el padre, la madre, o el propio socio o compañero.Según un artículo publicado en la revista científica "
PsychCentral", existe un aspecto esencial que puede curar y reconfortar a una persona que acaba de vivir una relación afectiva con otra que contiene esas características. Es sentir que todavía hay gente altruista, seres que son capaces de sorprender a aquellos que aman sin esperar nada a cambio. Porque las buenas personas, por más que puedan parecer, no están en peligro de extinción.
Lo que sucede es que
son discretas, no hacen ruido, no quieren público, hablan lo que es justo y saben actuar en el momento adecuado. Actualmente, la humildad continúa sorprendiéndonos. El ego más osado es el germen que vive en esos muros donde muchos permanecen aislados en sus vastas penínsulas de soledad.Todos conocemos a alguien cercano que usa esa máscara moderna donde, a modo de expresión del teatro griego, inscribe la soberbia y la necesidad de atención para saber que son alguien.Tal vez por esa razón, por habernos acostumbrado tanto con la individualidad conjugada como con la necesidad de atención, los actos humildes continúen sorprendiendo.
Cuando un extraño hace algo de forma espontánea por otra persona, nos preguntamos casi instantáneamente lo que hizo que tomara esa actitud
. De la misma forma, cuando un amigo nos sorprende con un detalle, con un favor o con una bella acción, muchas veces respondemos "te quedo debida una".
Muchos tenemos el principio de la reciprocidad integrado allí en el fondo de nuestro ser. Sin embargo, también sería adecuado aceptar estos actos con total apertura sin obsesionarnos con lo que deberíamos o no hacer en el futuro. Es cuestión de apreciar este instante, ese acto generoso y desinteresado que no busca más que darnos felicidad.
En realidad, esas personas mágicas disfrazadas de normales no esperan nada a cambio.Porque lo que se hace de corazón no espera recompensas, el mayor regalo es saber que su acción arrancó una sonrisa, reconfortó y sembró en el interior esa confianza en el ser humano que nunca debíamos perder. Sabemos que las falsas apariencias crecen como malas hierbas. Sin embargo, después de la necesidad de atención, lo único que estas personas alcanzan es la soledad y una profunda falta de madurez emocional. Vamos a aprender a abastecerse a nosotros mismos, a no necesitar a nadie para saber lo que somos y lo que valemos para poder, así, dar lo mejor de nosotros mismos a los demás de forma desinteresada.