Una u otra hora, acabaremos decepcionando con alguien que pensábamos jamás ser capaz de dar el caño, de no cumplir lo prometido, de dejarnos esperar. Muchas personas son así, hablan como si la palabra no tuviera valor alguno y poco sostienen lo que afirman con vehemencia.Para ellos, el único compromiso que existe es con los propios intereses.
¿Quién nunca estuvo esperando inútilmente por horas un amigo llegar al local combinado? ¿Quién nunca esperó una llamada de alguien que prometió llamar? ¿Quién nunca esperó un retorno que nunca vino, un mensaje que nunca llegó, una visita que nunca sucedió, una ayuda que nunca apareció? Desafortunadamente lo que no se registra en notario, hoy, parece tener validez nula. En ese contexto, las personas que honran lo que hablan, que cumplen lo prometido, que hacen todo para ayudar, acaban cada vez más frustrándose con las personas, pues están obligadas a encarar aquello que jamás tendrían coraje de hacer. Es difícil para una persona cuya palabra vale mucho tener que convivir con quien no honra casi nada de lo que dice,
con quien no cumple nada de lo que se promete por ahí. Es necesario aprender a contar menos con los demás, a no creer en todo lo que dicen, a no depositar muchas esperanzas en las promesas ajenas, porque mucho de lo que tomamos como verdad se ha dicho de la boca hacia fuera tan sólo. No se trata de hacernos descrentes con todos
, o de ser egoístas, sino de una técnica básica de supervivencia en un mundo cada vez menos comprometido con honrar lo que se dice o se promete. Sí, siempre podremos contar con alguien,siempre habrá personas cuyos actos son afines con sus discursos, pero serán pocos aquellos que estarán dispuestos a cumplir con su papel de amigo, de compañero, de ser humano, en fin. Desafortunadamente, la gran mayoría de los individuos está demasiado ocupada pensando en sí misma, viviendo su mundillo particular, corriendo alrededor del propio egoísmo, diciendo lo que queremos oír, pero comportándose como si nadie más allá de sí mismo merecía atención.