Lecciones que olvidamos con el tiempo

El olvido es un fenómeno curioso. Muchas veces anárquico, caprichoso y casi siempre fiel a la revisión, como aprendemos bien en nuestra fase de estudiantes. También es fiel a los recuerdos que guardamos en nuestra memoria con emoción. Hay recuerdos y lecciones que olvidamos con el tiempo. Pueden ser el recuerdo de una vez, la primera vez que nos llevaron al circo, o de varias, aquellas historias que nos contaron con cariño y paciencia antes de dormir. Porque no hay nada que atraiga los sueños más bonitos que una buena historia.

El tiempo pasa y nuestros abuelos miran con preocupación, no sin alegría, nuestra amenaza de tocar la parte superior de la puerta. Ellos nos ven como pequeños, pero al mismo tiempo nos imaginan como gigantes. Por eso ellos buscan por toda la casa aquel lápiz que pinte en la pared la prueba de que hoy somos un poco más altos que ayer. En nuestro camino hacia el cielo, aprendemos que la paciencia generalmente tiene más recompensa que el impulso.

Que la vida puede ser muy bonita, pero que ella también guarda sorpresas en cada esquina. Vemos cómo el cielo se queda nublado, llueve y el sol nace de nuevo. Apreciamos cómo la naturaleza es una cuestión de ciclos y que muchos de los procesos por los que pasamos también lo son. Descubrimos que los reyes no existen, que son los padres, y que los padres fallan y están equivocados, pero raramente encontraremos algo tan perfecto como su manera de amarnos. Pero no sólo aprendemos, también empezamos a olvidar cosas importantes. Entonces, si quieres, vamos a revolver un poco ese baúl del olvido y vamos a ver lo que encontramos!

Lecciones que olvidamos con el tiempo Nos olvidamos de negociar Creo que los niños son excelentes negociadores.

Para ellas, la negación es el principio de la negociación. Ellos son tercos, tenaces y creen en sus posibilidades. Además, saben que tienen muchas armas. La primera es pedir lo que quieren en el momento oportuno: cuando los padres están felices y son más flexibles cuando los padres están cansados ​​y su resistencia es menor, o cuando los padres están tratando un asunto importante y su prioridad será cerrar la negociación.

La segunda es la de insistir.

¿Usted dijo no? Entonces voy a hacer la carita más tierna de buen niño que has visto. ¿Todavía sigue diciendo no? Ciertamente no has visto la carita que hice. Mira! Continúa en la misma, ¿verdad? Entonces es el momento de hacer una oferta. Si me das ahora, prometo que me comportaría bien todo el día. Nada? Entonces usted va a ver, me quedo aquí parado en medio de la calle hasta que tratamos de ese asunto con la seriedad que merece. Bien, usted ya está empezando a ponerse nervioso. Usted no tiene gusto de esa situación. Pues sabes que tampoco me gusta no tener lo que quiero. Si usted intenta sacar de mí, voy a resistir usando estrategias que usted no va a usar, cómo jugar en el suelo. Usted ya está muy nervioso porque todo el mundo está mirando para nosotros. Está bien, está bien, se va a amenazar a no salir esta tarde para el parque yo ya me levanto. Pero antes, oiga, ahora usted no me dará lo que quiero, pero más tarde usted promete que da, no es? Junto con esa carita de buen niño, claro. Los adultos suelen perder esa inclinación natural de insistir, principalmente cuando recibimos una respuesta negativa de otras personas, y no de la realidad. Unas veces el miedo y otras veces el confort nos hacen conformar con la respuesta que ya tenemos, enviando el deseo para cajón del olvido.

Nos olvidamos de preguntar cuando no sabemos algoA medida que crecimos, vamos formando una imagen de nosotros mismos. No sabemos con certeza cómo los demás nos ven, pero podemos llegar a intuir. Por otro lado, hay ciertos atributos que no nos gustaría incluir en esta imagen que proyectamos. Mentiroso? ¡Yo no! Handler? ¡Yo no! Orgulloso? ¡Yo no! Ignorante? ¡Es claro que no! Por lo menos no más ignorante que las otras personas.

La verdad es que, si en el momento actual en que vivimos la actitud parece multiplicar ese factor de conocimiento y apoyo social, hubo un pasado no muy lejano en el que la cantidad de conocimiento era el que más contaba, por ejemplo, para una empresa a la hora de contratar. Entonces, parecer ignorante no era una buena idea.

¿Qué hacen los niños? Ellos preguntan, preguntan, preguntan. Sea el tema delicado, interesante o trivial.Ellos quieren saber cómo, por qué, para qué, de dónde viene y qué consecuencias tendrá. Ellas asumen, así como nosotros allá en el fondo, que no saben mucho, pero a diferencia de nosotros, no entienden cómo el acto de preguntar puede distorsionar su imagen. Para ellas, antes de la apariencia existe una fascinación por el conocimiento. Una fascinación que suele formar parte de las lecciones que olvidamos con el tiempo.

Nos olvidamos de decir lo que pensamos

Son nueve horas. Estoy a punto de llegar y mis piernas están temblando un poco. ¿Cómo son? ¿A ellos les gustará? Debería haber puesto menos ropa. Respirar. Uno, dos, tres ...

La puerta se abre y la madre de mi novia abre la puerta. Ella sonríe para nosotros, sonrímos de vuelta. Ella nos invita a entrar y trato de no tropezar en la alfombra. Algunas preguntas de cortesía y antes de percibir, después de pasar por una u otra pregunta, me veo delante de un plato que no me gusta. De hecho, detesto. Sin embargo, ¿quién va a decir que no cuando es la "especialidad de la casa"? Ella es muy buena cocinera. Cierro los ojos y cómo.

Segunda visita, repetimos la situación. Esta vez el plato es dos veces mayor. Y, así como esa, hay muchas situaciones en la vida en que realmente es difícil no parecer indelicado por miedo a ofender. Un niño difícilmente soporta una situación de la que no le gusta nada, difícilmente relega lo que piensa al cajón del olvido. La evolución natural de ese niño en la vida adulta sería expresar eso mismo, pero con un autocontrol más grande - posible gracias a la evolución de la corteza frontal y de la asimilación de determinadas normas sociales -, o sea, tomando cuidado para no ofender a nadie.

Nos olvidamos de ir detrás de nuevas experiencias

Si hay algo que caracteriza a la infancia, es el hecho de ser la época de los descubrimientos. La primera vez que jugamos un objeto en el suelo y observamos lo que sucede a continuación, la primera vez que andamos solos o la primera vez que dormimos en la casa de un amigo sin la vigilancia de nuestros padres.

Estas primeras veces no sólo proporcionan la emoción de vivirlas, sino que también alimentan la imaginación al fantasear antes de que suceda.

Rara vez vemos a un niño desperdiciar la oportunidad de intentar porque está cansada.Su curiosidad es mucho más poderosa de lo que puede ser la comodidad de permanecer en lo que ya conocen. Además, es verdad que tienen miedo de cambios, pero también es verdad que viven con pasión y que en raras ocasiones sucede algo peor.

El valioso baúl del olvidoEn este sentido, también nos olvidamos de que para el bien, es mejor hoy que mañana.

Esta es una idea que generalmente recordamos cuando la conciencia de la finitud de la vida nos alcanza en la cara. Lo vemos en las personas que están a punto de morir: vemos cómo se hacen muy niños en ese sentido. Ellas recuperan esa urgencia no sólo por las obligaciones, sino también por los sueños.

Además, podemos decir que los niños son buenos para hablar abiertamente sobre lo que admira en los demás.

No tienen problemas para reconocer que no son capaces de hacer algo o de admitir que alguien hace algo mejor que ellos. Esto, por supuesto, anticipando su crecimiento y diciendo que en el futuro también van a mejorar su rendimiento. Finalmente, podemos decir que la mayoría de los niños tienen una fe inagotable en sus posibilidades. Ellas no encuentran razones para dejar de pensar que pueden transformarse en quienes admiran ni para renunciar a lo que desean.