No sólo la tristeza indica depresión, la irritabilidad también

No sólo la tristeza continua e intensa o, mejor dicho, el estado de ánimo sin esperanzas, desanimado o en el fondo del pozo es indicativo de depresión. De hecho, la tristeza como síntoma puede no manifestarse en una persona deprimida, siendo su prima hermana la irritabilidad.

Sí. Por extraña que esta afirmación parezca, una persona deprimida puede no mostrarse triste, pero manifestarse de forma irritada, inestable o frustrada. Las quejas somáticas, el mal humor, las molestias, los dolores físicos, las montañas rusas emocionales, etc. Todo esto puede sustituir la tristeza como síntoma de un problema emocional como la depresión. Por lo tanto, podríamos decir que las manifestaciones de rabia, como la insensibilidad, la irritabilidad, la agresividad, y el comportamiento "autoritario" son a veces gritos que piden salir del agujero de oscuridad en el que la depresión ahoga. La irritabilidad como criterio diagnóstico de depresión

Según criterios tanto del Manual Diagnóstico de los trastornos mentales en la última versión (DSM-5) como en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), un diagnóstico clínico de depresión puede ser realizado si la persona muestra , entre otras condiciones, irritabilidad en vez de tristeza.

Esto es, si una persona constantemente malhumorada muestra una ira persistente, una tendencia a responder a los acontecimientos con ataques de ira, insultando a los demás o con un sentimiento exagerado de frustración por cosas sin importancia, puede estar hundida en un estado de ánimo depresivo patológico.

En niños y adolescentes puede manifestarse un estado de humor irritable o inestable más que un estado de ánimo triste y desanimado. Esto necesita ser diferenciado de lo que se considera un patrón de "niño mimado", con irritabilidad frente a las frustraciones.

Sin embargo, cabe resaltar que de la misma manera que la tristeza por sí sola no es un criterio suficiente de depresión

y precisa de otras connotaciones para ser considerada patológica, lo mismo sucede con la irritabilidad.

Concretamente, para hacer un diagnóstico de depresión según los sistemas clasificatorios citados, estas dos condiciones por separado son necesarias, pero no suficientes. Por lo tanto, no se puede interpretar que basta estar triste o enojado para estar deprimido. Compartir La tristeza y la irritabilidad son estados emocionales tratados injustamente. La tristeza y la irritabilidad, por sí solas, son estados emocionales saludables, porque nos pretenden informarnos de que hay algo que nos molesta y que nos está perjudicando. Ellos sólo se transforman en patológicos cuando distorsionan nuestras vidas y deterioran demasiado nuestras esferas sociales y profesionales durante mucho tiempo.

En general, es necesario tener cuidado con la irritabilidad porque ella puede llevarnos a hacer cualquier cosa sin que consideremos las consecuencias negativas. Por lo tanto, un estado persistente teñido de esta inestabilidad característica puede llegar a ser devastador.Perder la línea con facilidad, hacer comentarios desagradables, ser poco tolerante, demostrar impaciencia, sentir nerviosismo, manifestar agitación, tener reacciones inadecuadas, empezar a alejarse de ciertas personas por ser desagradables, etc. Todo esto indica que algo no está bien en la propia vida y que hay que tomar medidas.

Por lo tanto, la ira o la irritabilidad que se manifiestan cuando padecemos de una depresión es una forma de externalizar lo que se siente y no está siendo expresado. Podemos decir que la persona deprimida tiene la sensación de estar oprimida, de llevar en el cuello una bufanda que pesa toneladas.

Esto la hace sentirse hundida, vulnerable, con la impresión de que esa bufanda no la deja caminar, dificultando su vida y descompensando su ánimo. Esto causa la inestabilidad y la dificultad que estas personas tienen que realizar sus actividades en el día a día. Por lo tanto, con la poca fuerza que ese tenebroso bufanda les permite tener, consiguen, cuando mucho, comer algo y dormir.Este es el peso de la angustia, la cual se traduce en una realidad asfixiante de tristeza o irritación

dependiendo de la persona y, obviamente, del momento.