Todos conocemos a una persona que habla de los codos. Es como si fuera una vigilante del silencio, de modo que él nunca está presente. Si usted camina en coche con ella, va a ser como estar con la radio conectada. En poco tiempo, esa persona es capaz de ponerse al día de todo lo que sucedió en su círculo de amigos en común, en las novelas, en los acontecimientos sociales y en la política.
A diferencia de usted, que siente que hablar de ciertos asuntos puede ser un poco arriesgado, ese tipo de persona se siente muy cómodo hablando de temas muy variados. Además, ellas cuentan como si hubieran vivido aquello, haciendo gestos e interpretando con la voz como si fueran locutores profesionales de alguna radio.
Personas que no son aptas para las confidencias
Usted sabe muy bien que este tipo de persona es el mejor altavoz con el que usted puede contar si desea que una información sea difundida rápidamente. No suelen estar mal intencionadas, pero tienen una tendencia muy grande de pensar sólo después de hablar. Tanto es así que, probablemente, ya debe haber sucedido de ti estar al lado de un amigo así y torcer "¡Por el amor de Dios, que ella no hable nada!". En esos momentos puedes dar un codo en ella, o un sutil puntapié por debajo de la mesa, pero normalmente el estrago ya está hecho y es casi imposible huir.
Dentro del grupo de personas que hablan por los codos, por las manos, por los pies y por las orejas, podemos distinguir aquellas que soportamos con cierta paciencia, y que incluso nos gusta, de aquellas que son totalmente insoportables. Las personas etiquetadas e insoportables suelen caracterizarse por proyectar un egocentrismo negativista. En su discurso predominan las críticas y el pesimismo, tanto para su futuro como para el de los demás. Son los profetas de desastres perfectos.
¿Cómo es, en el fondo, la persona que habla en todo momento?
Pueden ser tan superficiales y viciadas en temas de tan poca trascendencia que su cadencia de palabras causa más cansancio que un ejercicio intenso. Lo positivo es que con la práctica surge una cierta habituación a la persona que habla a toda hora, como el ruido de una discoteca: al principio es muy alto, después usted consigue adaptarse, y cuando sale de allí percibe la intensidad del sonido que usted estaba sosteniendo; los oídos zumban en gratitud por haber salido de allí. Son muchos los rasgos que las caracterizan. Uno de los más característicos es que no saben escuchar. Cuando terminan de hablar, ya empiezan a pensar en lo que van a decir a continuación, y hablan independientemente de lo que usted diga. Ellas planean seguir un determinado camino y van incluso, por más que usted esté en otra dirección. Además, ellas temen olvidarse de lo que pensaron o perder el hilo de la meditación del propio discurso, por eso si usted se extiende demasiado en su habla, ellas lo cortar. Por otra parte, esta profusión lingüística también funciona a menudo como un mecanismo de defensa.
La persona no quiere que la conversación llegue a determinados temas de los que no quiere tratar, y utiliza un lenguaje que intenta desviar la atención del resto de los interlocutores a temas más superficiales, como lo que una persona que no está presente en el momento ha hecho o dejado de hacer. Aunque no pertenecimos a ese grupo de personas que hablan por los codos, todos nosotros ya utilizamos ese mecanismo de defensa en algún momento, sea con más o menos intensidad. De hecho, empezamos a hacer esto desde pequeños, ya que ésta puede ser una estrategia que, en determinado momento, puede evitar una bronca. De una forma u otra,
la persona que habla mucho está tan conectada a sí misma, sea para hablar de ella misma o para desviar la atención hacia otro lugar, que no suele tener muchos recursos para escuchar al otro
. Por eso, normalmente es difícil para ellas demostrar empatía o establecer relaciones profundas con los demás. Es paradójico, ya que no suelen entender el por qué de ser tan difícil conectarse con los demás, si la imagen que ellas tienen de sí mismas es de alguien sociable.